José martí: “no se teme a la muerte. Horrible es vivir muerto”

Boris Koval.

Hace un centenar de años —el 11 de mayo de 1895— se marchó batallando en un caballo blanco, a su última morada, José Martí, apóstol de la libertad de Cuba, poeta y revolucionario.

Su don de poeta y su ímpetu revolucionario engendraron, aunados, una especie particular de héroe, cuyo destino y cuya concepción impregnaron con su espíritu todo el período de la Revolución cubana.

Siendo un adolescente de 16 años, en octubre de 1869, un tribunal militar le imputó un pensar político sospechoso expresado en su poema patriótico “Abdala” y la simpatía manifiesta con la sublevación antiespañola encabezada por Céspedes, y lo condenó a seis años de presidio. En foto de archivo vemos al preso Nº 113, un joven magro, aherrojado, en ropas de preso. Pero su espíritu no aparece doblegado, se siente orgulloso interiormente por su patriotismo. Su rostro refleja la belleza y el valor inherentes a una personalidad buena e inteligente, cuya vida y cuya muerte estuvieron al servicio de la gente, de su pueblo y, más que nada, de la libertad.

Comprendió desde muy joven todo lo difícil que fue para las gentes y naciones enteras hacer “el tránsito del hombre—fiera, al hombre—hombre…

Enfrentar esta bestia, y sentar sobre ella un ángel, es la victoria humana”, — escribió José Martí en su artículo “La pelea de premio” en el año 1882. Sólo la libertad le permite a uno alcanzar este tránsito. El poeta de quince años de edad exclama, describiendo el aspecto heroico de Abdala:

“Y nos manda el honor, y Dios nos manda

Por la patria morir, antes que verla

Del bárbaro opresor cobarde esclava!

La vida de los nobles, madre mía,

Es luchar y morir por acatarla…”

Aquel motivo patriótico sonó reiteradamente en la poesía universal, pero Martí lo hizo su propio destino.

Dejemos aparte el luminoso sendero-relámpago político de Martí revolucionario y echemos una mirada a la posición espiritual del gran humanista.

En primer término, asombra la armonía del enfoque humanista y existencial de Martí para con todo lo que lo agita, y que él apresura a compartir con las gentes. Él venera la vida al pie de la letra, la que considera el don superior de la naturaleza, y al hombre como el hombre. Está convencido de que hay un solo Dios: el hombre, y un solo espíritu divino: la naturaleza. En efecto, es así, por más que el comportamiento de la civilización contemporánea se amaña para agravar el conflicto del hombre con la naturaleza, así como consigo mismo. Se cambian valores, se cambian los Dioses. Es más, se engendran terribles ídolos desalmados, sobre los que nos advirtió Martí.

Para él el Universo es algo íntegro, que sigue leyes únicas, sea el movimiento de planetas o el avance del pensamiento, sean procesos físicos o espirituales. La vida fisiológica y social del hombre se le presenta a Martí como pedazos de elementos trágicos que engendran sufrimientos y colisiones, haciendo a veces nacer y renacer fieras, pues, según él, “todo hombre entraña todo el mundo animal, puede rugir como león, arrullar como paloma, gruñir como cerdo; la virtud la constituye el que la paloma triunfe sobre el cerdo y el león.

De esa manera, Martí transita de la apercepción íntegra del cosmos a la apercepción íntegra del microcosmos de hombre. De hecho, con plena razón se puede distinguir en el hombre lo elevado y lo vil, lo débil y lo fuerte, la bestia y el creador, mas, merced al espíritu puede transformarse a sí mismo, llegando a ser “hombre–hombre”. El camino hacia las alturas no es fácil y pasa por sufrimientos, no obstante, sólo así se forja una personalidad íntegra. A diferencia del individuo que comprende un organismo biológico, una parte integrante física de la generación y del socium, la personalidad no es un fragmento de algo íntegro, sino la misma integridad, un microcosmos particular.

Su fundamento no constituye fisiología, sino espiritualidad. Precisamente así percibo yo en particular la concepción de Martí sobre el triunfar del “hombre-hombre”, superando a la fiera, haciendo a la paloma pasar por encima del león y del cerdo; la paloma no sentimental o abúlica, tampoco un ángel de alas blancas, de bienaventuranza divina, sino vigorizada con su propio espíritu, con su voluntad inflexible. Mahatma Gandhi, Andrei Sájarov, Alberto Schweitzer y otros encarnan ese tipo de héroe. Su vigor constituye no la fuerza, sino el espíritu; José Martí también lo goza al igual que aquellos.

Según Martí, no es basura, ni ignominia, tampoco violencia bruta lo que forma el armazón de una personalidad verdaderamente libre del “hombre-hombre”, sino el saber amar, compadecer y luchar. José Martí no hace llegar su concepción hasta una imagen de “Hombre-Dios”, como lo tratan Vladímir Soloviov o Nikolai Berdiáev; tampoco sostiene la idea de “superhombre”, la cual proclama Friedrich Nietzsche. No le toca la proyectomanía divina, ni utópico-societal sobre la creación artificial del “nuevo hombre”, sino que se apoya en posiciones terrestres humanistas, tratando de facilitar y enriquecer espiritualmente la existencia del “hombre-hombre”.

No es casual que Martí, siguiendo a César Vallejo, analice el sufrimiento desde el punto de vista típicamente existencialista, considerándolo un factor importante de la poesía, la religión y de la solidaridad de gente.

En el ensayo “El presidio político en Cuba” (1871), el joven de 17 años expone por primera vez sus consideraciones sobre el factor doloroso de la existencia. No tiene miedo a la muerte, porque cree en la inmortalidad de los héroes: “muere honrado, y resucitarás de entre los muertos, pero no busques la muerte, sino ansía vivir la vida, que pueda justificarse sólo con un gran sentido, es decir, con el bien en aras de los demás”. “La honra puede ser mancillada. La justicia puede ser vendida. Todo puede ser desgarrado. Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás”.

Martí comprende “el bien” no como una misericordia sentimental y religiosa y el todo-perdonar, sino como la lucha real contra “el mal” real, ante todo, contra la injusticia y opresión, por la independencia y libertad, por la “humanización” de la vida y de toda la sociedad.

Martí comprende que “el bien” no viene por sí mismo, no es ningún obsequio, sino que se logra por obrar y luchar contra “el mal”, sufriendo innumerables dolores.

Martí confiesa: “Presidio, Dios: ideas para mí tan cercanas como el inmenso sufrimiento y el eterno bien. Sufrir es quizás gozar. Sufrir es morir para la torpe vida por nosotros creada, y nacer para la vida de lo bueno, única vida verdadera”. Este concepto orgulloso y quizás romántico, tal vez, autosugestionado, está sugerido por el tratamiento cristiano del sufrimiento no sólo como salvación y expiación, sino como una esencia de la existencia, la ley de vida.

Pero hay dos tipos de sufrimientos: claro u oscuro, purificador o destructivo, heroico o absurdo. Martí acepta precisamente el primer sufrimiento como su cruz; la arrastra voluntario, como el deber personal ante su propia libertad y la libertad de su pueblo. Se puede decir que su sufrimiento es el sufrimiento por vivir y liberarse, por vivir la vida libre. Precisamente ello es el fundamento de su concepción del mundo, de su destino de poeta y ciudadano. En mi opinión, sólo así deben ser entendidas sus palabras: “Sufrir es más que gozar: es verdaderamente vivir”. Y continúa: “Otros sufren mucho más que yo. Cuando otros lloran sangre, ¿qué derecho tengo yo para llorar lágrimas?” El martirio infinito del presidio es un sufrimiento sin sentido, que mata el intelecto, deseca el alma, más Martí no quiere odiar ni maldecir, ni aun a sus carceleros desprecia. “Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo”.

En esa confesión se oye el motivo cristiano de misericordia para con los dañinos y opresores, que también son seres humanos. Dios tiene en mucho a “los malos”, no menos que a “los buenos”, sobre todo si se tiene presente que esa división es falsa. No hay dos campos de expiaciones y bienaventuranzas como no hay “puros”. El cristianismo comprende la presencia de Dios en cada uno de los seres, por más que todos ellos son pecadores, todos están marcados por el pecado original, por eso no se debe juzgar a allegados, sino manifestar misericordia. Martí comparte la idea presente. El énfasis del joven presidiario está dirigido contra el mal, contra los sufrimientos inexpresivos de la gente, contra la violencia de carceleros, contra “¡la horrorosa, terrible y desgarradora nada!”, si bien “ni al golpe del látigo, ni a la voz del insulto, ni al rumor de sus cadenas, ha aprendido aún a odiar” José Martí . Siempre puso el amor en la gente y en la vida por encima de todo.

Pasados algunos años, diría que se dolía “no por existir yo, sino por vivir sin hacer bien”. Aquel dolor del alma le llevó primeramente a sentir compasión por su pueblo que se ahogaba bajo el yugo español, y después a actuar como revolucionario.

Sus palabras conmemorativas a Longfellow pueden ser referidas al propio Martí: “Tenía el color sano de los castos; la arrogancia magnífica de los virtuosos, la bondad de los grandes, la tristeza de los vivos, y aquel anhelo de la muerte, que hace la vida bella”. Cuántas, pero cuántas cualidades sencillas, puras, y tan raras y necesarias, faltan en las generaciones contemporáneas de gentes. Toda nuestra existencia se hizo muy cruel y enfermiza.

El tema de vida, amor, sufrimientos y muerte, el de lucha y libertad, constituyen el nudo existencial de la poesía realmente humanista de José Martí, la que llama al hombre a la armonía y la belleza del mundo. “La vida es un himno; la muerte es una forma oculta de la vida; santo es el sudor y el sudario es santo, el sufrimiento es menos para las almas que el amor posee; la vida no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido…”

Lamentablemente, Martí se equivocó. Precisamente el entendimiento del sentido de vida multiplica la amargura y el dolor, aumenta mas no alivia sufrimientos. Pero sólo así despierta la aspiración insuperable a la libertad y autorrealización del “hombre-hombre”.

En este sentido, lo principal es que “la libertad debe ser, fuera de otras razones, bendecida, porque su goce inspira al hombre moderno…”. La aspiración consciente al ideal, José Martí la toma por el eje de la personalidad legítima, que aborda la integridad y el valor espirituales. Lo último, supongo, está determinado ora por el enlace con Dios, ora por el enlace con intereses

suprapersonales de su pueblo y su destino. El ideal de libertad, lo mismo que la creencia, constituyen la personalidad y estimulan la autoperfección. Una personalidad ensimismada se autodesintegra, abierta para el amor y abnegación para con los demás, superando a sí mismo, autoafirmando y adquiriendo una nueva vida ética. La libertad y claridad internas es lo que, al decir de Martí, resultan la fuente originaria de toda energía artística: la labor, la poesía, la lucha política, todo lo que obra el hombre, edificando, en primer término, su propia vida.

No obstante, hay un conflicto, enigmático e invencible, entre la libertad y la felicidad. Berdiáev escribió a su tiempo que “la libertad y la dignidad le impiden al hombre tomar por objetivo el mayor bien de vida: la felicidad y satisfacción. El hombre es capaz de sacrificar no sólo su felicidad, sino la propia vida por obtener la libertad.

Sin embargo, resulta muy difícil a uno dársela a si mismo, superar la resignación esclava y cobarde, romper, según la expresión de José Martí, “…grandes y fuertes vendas preparadas en las manos, las filosofías, las religiones, las pasiones de los padres, los sistemas políticos. Y lo atan y lo enfajan: y el hombre es ya, por toda su vida en la Tierra, un caballo embriagado… Asegurar el albedrío humano; dejar a los espíritus su seductora forma propia, no deslucir con la imposición de ajenos prejuicios las naturalezas vírgenes; ponerlas en aptitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía marcada. ¡He ahí el único modo de poblar la Tierra de la generación creadora que le falta! El primer trabajo del hombre es reconquistarse”. Para eso se necesita la libertad, ya que sólo ésta última abre el paso al perfeccionamiento.

Martí hace llegar el tema de la libertad hasta su fin lógico, la libertad no sólo de la vida, sino también de la muerte. Según Juan Marinello (no se puede menos que estar de acuerdo con él), “…para Martí la vida es un tránsito ansioso que se resuelve en la muerte ennoblecedora”. La actitud cuidadosa para con la vida que existió, como la creó Martí, “en tierras anteriores” y pasaría “en las tierras venideras” provocó su admiración “…de aquel silencio mayor donde todos son iguales”. En sus poesías “agonísticas” Martí pelea no contra la muerte, sino (Juan Marinello lo advirtió finamente) “…pelea para morir bien”.

Muchas personalidades creadoras —antes y después de Martí— plantearon el problema de la muerte como la cúspide de la vida. Según Sigmund Freud, la lucha de dos principios —el instinto de vida (Eros) y el instinto de muerte (Tanatos)— caracterizan al hombre. Tanatos engendra un presentimiento de dramatismo de su destino personal y la predestinación de su final, una cierta fuerza indomable de sacrificio que anda en búsqueda de la última morada. El tema de la debilidad, de la existencia maquinal cadavérica, y el deseo de la muerte suenan en muchos versos del poeta, el cual, no obstante, cumple con todo coraje con su deber y misión predestinada:

“…yo, que desde hace años recojo cada mañana de la tierra mis propios pedazos

para seguir viviendo…”.

Otra poesía suya cita:

“Lo que pasa, lo que sí

Es gran verdad, es que aquí

No hay más que un muerto y soy yo.

De tanto esperar —¡es cierto

Que lo espero cada día!—

Que acabe al fin la agonía

En el reposo del muerto…”

Para Martí la muerte quiere decir no el fin de la existencia terrestre, sino una “renovación, un objetivo nuevo”, metamorfosis en el espíritu del concepto budista de renacimiento cármico. El traspaso de la vida a la inexistencia o a una nueva existencia es un acto de libertad, al igual que el acto de libertad se manifiesta al nacer, es decir, al aparecer de la inexistencia. La unidad cosmogónica del hombre y la naturaleza hace su consideración de la muerte no trágica, sino más bien heroica. Martí percibe románticamente a la muerte como un paso a la inmortalidad. Niega el hado de la muerte por Cristo y dentro de Cristo, sino que muere por el estoicismo y la confianza en la memoria sobre su existencia como acto de heroísmo. El sentido de la vida para Martí está enlazado con el fin de ésta, con la salida del tiempo maligno a la eternidad.

Para mantener este estado de ánimo son necesarias una especial tensión espiritual, cierta serenidad emocional y filosófica, una particular experiencia ética. Toda nuestra vida está rellena de muerte, agonía, eliminación de la vida, y por eso hay que venerar la vida, irradiar la energía creadora de la vida, sin temer a la muerte, pues precisamente ésta es el fenómeno de la vida, su último instante, predecesor de la eternidad. “La muerte es una victoria, y cuando se ha vivido bien, el féretro es una carro de triunfo…” —creyó muy sinceramente Martí—. Es simbólico el hecho que Martí se lanzara a la muerte, casi voluntariamente, saliendo disparado en su caballo blanco hacia su última batalla.

“…No es la vida

Copa de mago que el capricho torna

En hiel para los míseros, y en férvido

Tokay para el feliz. La vida es

…Porción del Universo, frase unida

A frase colosal, sierva ligada

A un carro de oro, que a los ojos mismos

De los que arrastra en rápida carrera.

Ocúltase en el áureo polvo, sierva

Con escondidas riendas ponderosa

A la incansable eternidad atada!”

El gran José Martí se elevó en un abrir y cerrar de ojos de aquel caballo de combate al Carro Triunfal de la inmortalidad.

Nuestra modesta conferencia sirve de testimonio vivo de lo arriba expuesto. Muchas ideas y aspiraciones de José Martí resultan unísonas con inquietudes y sufrimientos de generaciones contemporáneas. Para nosotros, los rusos, es de atracción y estimación especiales la personalidad de Martí, portador del humanismo, luchador por la dignidad y por la libertad. La experiencia de toda la historia de Rusia, sobre todo, en sus últimas décadas, manifiesta cuan difícil resulta a la gente “el tránsito del hombre-fiera al hombre-hombre”, o la superación de la hostilidad y la violencia.

La civilización en general está viviendo un crisis profunda. No es fácil salir de apuros. A la humanidad la esperan en adelante nuevos sufrimientos y pruebas. Más, sigue sonando la sinfonía de la vida. Toda la vida y toda la obra de José Martí, gran sabio de Cuba, justifican esa fórmula: “No se teme a la muerte. Horrible es vivir muerto”.

Moscú, 1996.

*Imágenes:

-Óleo de Esteban Valderrama representando la muerte de José Martí en Dos Ríos, 1917

-Óleo Hermann Norman 1891

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