
Christian Cirilli.-
El 5 de abril publiqué un artículo denominado «Curva y contracurva para la paz en Ucrania» en donde subrayaba los inconvenientes de la Administración Trump para llevar a cabo una paz consensuada en Ucrania mientras impulsaba una asociación estratégica tácita con la Federación Rusa —fundamentalmente económica—, y planteaba una merma en el financiamiento de la OTAN, que en la práctica significara un reposicionamiento de los Estados Unidos “por detrás” (“de refuerzo”, como en la Primera y Segunda Guerra Mundial), sin costosas bases adelantadas ni despliegue de tropas permanentes.
Por supuesto, esto chocaba con la visión supremacista e “imperialista” de los mismos neoconservadores estadounidenses, que incluso tienen algunos exponentes en el mismísimo gobierno de Trump. Desde Reagan, estos elementos straussianos se han enquistado en los sucesivos gobiernos estadounidenses, y manejan fuertemente los resortes administrativos, think-tanks y agencias de inteligencia (las explícitas y las ocultas), por lo que son un hueso duro de roer, máxime, que tienen representantes activos en el Senado y la Cámara de Representantes. Del otro lado del Atlántico, sus aliados/vasallos europeos, solidificados en la burocracia de la Unión Europea y en las estructuras formales de la Alianza Atlántica, responden a ellos.
Demás está decir que el cambio de posición barajado por Trump no es, ni por asomo, en pos de la loable “paz mundial”, sino una necesidad geopolítica que responde a la consciencia sobre las debilidades económicas estadounidenses, y tiene por objeto redirigir sus esfuerzos hacia un combate frontal —que no tiene por qué convertirse en una guerra literal—, contra China, para reperfilar su país como una potencia fabril y comercial, y no meramente cultural y militar.
Marcar los ámbitos de influencia en Europa sin afectar el principio de seguridad indivisible —como viene exigiendo el Kremlin desde 2007 cuando Putin hizo su discurso parteaguas en la Conferencia de Seguridad de Múnich—, no parece una cosa tan sencilla de realizar, por cuánto muchos de los involucrados están cooptados por su discurso en loop de enfrentar la “amenaza rusa” y han formulado sus posiciones políticas en base a esa “realidad”.
Lo cierto, es que la guerra en Ucrania, que increíblemente ya era considerada en la antigüedad como la “frontera” 1 del Rus de Kiev respecto de la Mancomunidad Polaco-Lituana (y los márgenes del cristianismo ortodoxo versus el catolicismo romano), se ha convertido en una frontera-límite del expansionismo occidental, al poner en evidencia:
- La «estabilidad rusa»; no solamente desde la perspectiva económica —Rusia es productor de insumos críticos y tiene una industria sigilosa con tecnología subyacente—, sino desde la perspectiva política —Rusia tiene autoconsciencia de la humillación sufrida en los ingratos años 90s y consagra a la soberanía como piedra angular de sus decisiones estratégicas, lo que le ha permitido sacudirse quintacolumnistas y lograr cohesión nacional.
- La imposibilidad de aislar a Rusia: paradójicamente, el acoso de la «Comunidad Internacional» (léase, Occidente Colectivo), con sus tácticas de rusofobia y moralina barata, ha provocado el fortalecimiento de un frente resistente cuya columna vertebral es la “amistad ilimitada” sinorrusa, y los tejidos cárneos, los espacios multinacionales del «Sur Global» como la OCS y BRICS.
- La solidez defensiva rusa: en términos militares, la Federación se ha organizado para resistir el ariete de toda una coalición atlantista, enmascarada en un proxy furibundamente ideologizado, encarando una guerra de desgaste no solamente en Ucrania, sino una alerta a lo largo de toda la línea de contacto con la OTAN, e incluso, de sus aliados asiáticos.
En pocas palabras, la guerra en Ucrania ha marcado las limitantes de la OTAN como organización ofensiva, tal como fue concebida —digo bien, tal como fue concebida—, y la han puesto al límite de su utilidad. La teoría de la contención es, por supuesto, meramente propagandística, de lo contrario no se explican sus expansiones hacia el este europeo, ni los bombardeos a Yugoslavia para fragmentar los Balcanes.

Expansionismo occidental (anglosajón) a través del ariete OTAN.
Vale decir, la OTAN no ha podido vencer a su Némesis, su rival designado y (solapado) objetivo de conquista. Y considérese que ni siquiera lo ha intentado de manera frontal, por temor a la escalada y al apocalipsis nuclear, con la que el mismo Putin ha amagado resolver el “asunto” cuando incrementaron sus atrevimientos (Ver «Occidente apuesta a la escalada (pero la paciencia rusa no es eterna)» y «Rusia piensa lo impensable»). Por el contrario, la OTAN se ha estancado en un conflicto donde la única “solución” es conformar a Rusia con sus conquistas territoriales y exigencias.
Trump busca un catálogo de fachadas honrosas para salir porque entiende que ya no tiene sentido continuar y afrontar tanto costo.
Sin embargo, la OTAN no solamente es una organización ofensiva, sino aglutinante. Como sostuve en artículos anteriores, uno de los principales objetivos de la OTAN es poner sobre una gran potencia extracontinental (como Estados Unidos) el súmmum de la autoridad para así evitar las rivalidades que han llevado al continente a una serie de guerras devastadoras en los siglos pasados. Si el impulso imperialista no puede ser aplacado, entonces debe ser correctamente dirigido… hacia el este.
Dicho esto, es evidente que el relativo retraimiento estadounidense ha revivido aires de protagonismo por parte de las viejas potencias imperiales de Francia y Reino Unido, con el objetivo de liderar «Europa» bajo su signo.
Pero las autoridades «europeístas» a la vez temen esta movida subrepticia en la garita; muchos entienden que ninguna potencia europea, por más tradición de mando o armas nucleares que posean, está en condiciones de imponerse moralmente sobre el resto en el continente, y por el contrario, es necesario, como se comprendió apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial, la anuencia de una «enorme potencia extracontinental» para aplacar cualquier resurgimiento chauvinista que realimente las desconfianzas y los aventajamientos.
Este es el argumento inconfesable de por qué el tándem UE-OTAN insiste con la guerra en Ucrania: construir, exagerar y mantener a toda costa la figura de una «amenaza rusa» sobre la «zona oriental» permite y soluciona la Raison d’être de todo el aparato político-militar, satisface sus ansias depredadoras hacia el lado correcto, y evita la confrontación intestina producto de sus vanidades históricas y objetivos supremacistas.
Con un «enemigo declarado» común, las élites del corsét militar transatlántico (OTAN) y la organización burocrático-seudoidentitaria (UE) tiene material de sobra para amalgamarse y funcionar al ritmo de la batuta reaccionaria (con cierta piel progresista); de lo contrario, corren el riesgo de competir internamente por la «supremacía continental», matándose entre ellos.
Es por ello que el tándem OTAN-UE se hace esencial para, psicológicamente, exportar hacia la otredad (léase, Rusia) la violencia inherente de sus élites.
Sin embargo, el amago de retirada estadounidense ha provocado, más allá de las fotos de los dirigentes unificados en mesas redondas y las concordias bajo la bandera azul con estrellas amarillas, que tanto París —con su «paraguas nuclear 100% galo» y sus intenciones de armar un «Ejército de Dispuestos bajo mando francés»—, como Londres —con su cónclave europeo Securing our Future, la estrecha vigilancia del MI6 sobre la cúpula ucraniana y su control militar de las operaciones en Kursk y el Mar Negro bajo el mando del almirante sir Tony Radakin—, y ahora Berlín —con las promesas del (futuro canciller) FriedrichMerz de enviar misiles Taurus, mientras Olaf Scholz ya despliega tropas en Lituania—, intenten hacer movimientos que los definan como imprescindibles para liderar la «defensa europea».

Alemania ordenó el despliegue permanente de una brigada de 5.000 soldados en Lituania para reforzar el flanco oriental de la OTAN. Se trata de la 45.ª Brigada Blindada, que tendrá un complejo militar en Rūdninkai, 30 kilómetros al sur de Vilna, para 2027. De esta manera, Alemania retorna a una zona que siempre consideró de su “interés nacional” y se posiciona como un interlocutor con fuerza propia, compitiendo con las ansias de liderazgo de París y Londres.
Pero Italia pegó un volantazo, desde otro lugar: con una impronta histórica mucho menos activa en cuanto a protagonismos continentales, y consciente de que su órgano militar nunca ha tenido el peso del británico o el francés, ni la letal fama del alemán, Giorgia Meloni decidió “cortarse sola” negociando con Trump una exoneración de aranceles para los productos italianos el 18 de abril. O sea, negoció aparte, bilateralmente, por fuera de la UE, un esquema de aranceles cero.
Esto evidencia que Italia no está interesada en la lucha “sucesoria” por el poder continental, pero sí lo está en una alianza política total con Estados Unidos. Es por ello que Meloni exclamó “El objetivo para mí es hacer que Occidente vuelva a ser grande otra vez y creo que podemos hacerlo juntos”. Occidente es Roma… y la Nueva Roma.

El jueves 17 de abril, la primera ministro italiana Giorgia Meloni visitó a Donald Trump en el Salón Oval. Llegaba allí no como intermediaria de la UE —aun cuando bregó por un acuerdo total—, sino en calidad de mandataria italiana. Ocurre que Italia es el segundo mayor exportador europeo a Estados Unidos, por detrás de Alemania y por delante de Irlanda, y el tercer país con mayor superávit comercial con su aliado transatlántico.
Mientras todo esto sucedía, Rusia denunciaba el 14 de abril que Ucrania no había respetado la moratoria sobre los ataques a la infraestructura energética, trabajosamente mediada por Estados Unidos, gracias a sus agentes neocons, en especial, el secretario de Estado Marco Rubio, tras la reunión con los enviados banderistas en Riad, el 11 de marzo, y el reluctante senador Lindsey Graham.
No olvidemos que la “propuesta original” estadounidense era tentar a Rusia hacia una tregua total, pero Putin sorteó la trampa “neocon-banderista” con un punto intermedio, aceptando como señal de buena voluntad —para sostener el diálogo abierto con los norteamericanos—, una tregua de ataques sobre la infraestructura energética.
De hecho, la decisión terminó siendo la correcta. Rusia acató su auto-prohibición de atacar objetivos “eléctricos”. Pero el 13 de abril, la Inteligencia Militar rusa detectó que en el centro de congresos de la Universidad Estatal de Sumi, ciudad cercana a la frontera con Rusia, se efectuaría una ceremonia por el séptimo aniversario de la fundación de la 117ª Brigada Territorial. Al parecer, se entregarían medallas por la reciente participación de dicha brigada en la invasión de Kursk. Y estarían “invitados” gran cantidad de asesores extranjeros (léase, de la OTAN). Hacia allí volaron dos misiles balísticos Iskander para frustrar los festejos. El problema es que al ser Domingo de Ramos había muchos civiles en las zonas circundantes.
Por supuesto, este ataque se llevó la vida de civiles “colaterales” y hacía allí apunto la propaganda occidental: muchos dirigentes europeos, que hicieron mutis por el foro cuando ocurrió el horrible atentado de Crocus Hall en las afueras de Moscú el 22 de marzo de 2024, ahora se rasgaron las vestiduras por las desafortunadas víctimas civiles ucranianas.
Explicó luego el inoxidable ministro de Exteriores Serguéi Lavrov:
«Tenemos datos sobre quién estaba en las instalaciones atacadas en Sumy. Allí hubo una nueva reunión de mandos militares ucranianos con sus colegas occidentales, que están bajo la apariencia de mercenarios (…) Los militares de los países de la OTAN están allí y mandan directamente. Todo el mundo lo sabe».
Así las cosas, este ataque tiene una connotación muy, pero muy superior, de lo que realmente parece. No se trató de una escaramuza más de la guerra, sino de un mensaje directo a París, Londres y Berlín, y a la burocracia belicista europea. ¿Será por eso que fueron justamente esos líderes los que pusieron el grito en el cielo?

Emmanuel Macron, Keir Starmer, Olaf Scholz, António Costa, Ursula von der Leyen y Kaja Kallas manifestaron su profunda indignación por el crimen “contra civiles” perpetrado “con extrema crueldad” por los rusos. Notoria y arteramente callan sobre la asistencia de militares atlantistas y, específicamente, no hacen mención alguna a que el derecho internacional humanitario prohíbe el emplazamiento de instalaciones militares en zonas residenciales.
Coincidentemente, los dirigentes europeos que abogan por la continuidad de la guerra —como así también el ex militar Keith Kellogg, representante especial del presidente estadounidense Donald Trump sobre Ucrania—, intentan asimilar este ataque totalmente legítimo (pues es un blanco militar) con la (a mi juicio escenificada) «Masacre de Bucha». En este caso, la usina mediática intenta propagar la versión de que los rusos atacaron intencionadamente a civiles para así proseguir la guerra o intentar imponer una nueva ola de “furor rusófobo”. En marzo/abril de 2022, con Bucha, se logró desconocer los puntos de negociación alcanzados en Estambul.
Si el ataque ruso hubiese sido meramente contra “civiles” por el simple hecho de “saciar su crueldad”, entonces no se explica por qué el jefe de la región ucraniana de Sumi, Volodimir Artiuj, fue destituido por el primer ministro de Ucrania, Denís Shmigal… por haber organizado una importante, y fallida, reunión militar.

Volodimir Artiuj, destituido tras el ataque ruso a Sumi. Nótese la bandera europea en su despacho y la vestimenta cuasi-militar.
Siempre he sostenido en mis viejos escritos de Facebook que uno de los puntos fuertes del Occidente Colectivo es la efectividad de su maquinaria propagandística. Su altísima capacidad de disonancia mediática ha hecho estragos: durante esta guerra ha manejado con maestría el vaivén que va desde “el glorioso ejército ucraniano está ganando” al “los rusos están matando bebés”… y lo sigue intentando. Mentes permeables sobran.
Quizás para evitar a esas hienas, Putin y el Estado Mayor militar decidieron que todos los grupos en la zona de operaciones cesaran el fuego en vísperas de la festividad ortodoxa de Pascua (Resurrección Luminosa de Cristo), desde las 18 horas (hora de Moscú) del 19 de abril hasta las cero horas del 21 de abril del año en curso… siempre que sea respetado mutuamente por el régimen de Kiev.
Por supuesto, no hay allí únicamente un mensaje conciliador con las convicciones cristianas, sino el de hacer ver que no es la parte rusa la que impide las treguas.
Mientras ello se preparaba, entre el 17 y el 18 de abril, el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, y el enviado especial Steve Witkoff participaron en una serie de reuniones diplomáticas en París, encabezadas por el presidente francés Emmanuel Macron, con el objeto de «reactivar el proceso de paz» en Ucrania. A las conversaciones asistieron altos funcionarios de Ucrania, Alemania, Reino Unido y representantes de la administración Trump.

El presidente francés Emmanuel Macron tiende su mano para saludar al secretario de Estado de los Estados Unidos, Marco Rubio, De frente, mirándolo fijamente, se encuentra Steve Witkoff, y a su lado, el ministro de Relaciones Exteriores francés, Jean-Noël Barrot.
El principal objetivo de dichas reuniones “conciliatorias” era coordinar una postura común entre Estados Unidos —que quiere terminar con “esto” de una manera más o menos honrosa (para no seguir aportando fondos) y con un contrato leonino por minerales críticos como recompensa por su aporte—, y Europa, que quiere proseguir con “esto”, por motivos prácticos como un rearme “movilizador” de la economía (digamos) y por motivos inconfesables, como sostener la estructura atlantista y europeísta, en el marco de una política exterior común sólida.
Sea como fuere, unos (los estadounidenses bajo la visión de Trump) ven a Ucrania como claro perdedor de esta guerra, mientras que otros (los neocons europeos y estadounidenses) ven a Ucrania con posibilidad de rearmarse y continuar.
En tal sentido, era fundamental buscar una “convergencia importante” (como dijera Macron) para explorar vías para un alto al fuego sostenible, evaluar garantías de seguridad y coordinar un «formato de diálogo» frente a Moscú (léase, una salida lo más provechosa posible).

La “mesa de convergencia” en París. En la reunión estuvieron el presidente Emmanuel Macron, el ministro de Exteriores Jean-Noël Barrot y el consejero diplomático Emmanuel Bonne (por Francia), el secretario de Estado Marco Rubio, el enviado especial del presidente Trump, Steve Witkoff y el enviado especial para Ucrania Keith Kellogg (por Estados Unidos), el jefe de gabinete de la presidencia Andrii Yermak, el ministro de Exteriores Andrii Sybiha y el ministro de Defensa Rustem Umerov (por Ucrania), el consejero de Seguridad Nacional Jonathan Powell y el secretario de Estado de Asuntos Exteriores David Lammy (por Reino Unido), el consejero de Seguridad Nacional Jens Plötner (por Alemania), entre otros representantes de España, Polonia, Portugal y naciones nórdicas.
Recordemos que Putin, en su declaración del 14 de junio de 2024, expuso claramente los requisitos de Rusia para terminar la guerra. En dicha oportunidad había sostenido que Ucrania debía retirar todas sus fuerzas de los cuatro óblasts que Rusia había anexionado vía referendos (Zaporozhie, Jersón, Donetsk y Lugansk). El problema es que Rusia no controla totalmente esos territorios… Por ejemplo, las capitales de Jersón y Zaporozhie, no están bajo su control. Recordaremos la retirada rusa, por orden del general Serguéi Surovikin, de la ciudad de Jersón, situada a orillas del río Dniéper, entre el 9 y el 11 de noviembre de 2022 en el contexto de una contraofensiva ucraniana en el sur del país.

El general Serguéi Surovikin fue el “símbolo de la derrota rusa” en noviembre de 2022, cuando sugirió con serios argumentos que sus tropas debían retirarse inmediatamente de la ciudad de Jersón si no querían quedar cercadas entre la ofensiva ucraniana y el río Dniéper, con peligro de aniquilación. En tal sentido, los rusos se retiraron y se fortificaron en la orilla oriental del río, usando a favor el accidente geográfico. Su decisión fue correcta. Tiempo después, el 6 de junio de 2023, luego de varios intentos vanos por cruzar, los ucranianos decidieron volar la represa de Nova Kajovka, con el fin de arrasar por inundación las defensas rusas. Pero esa hipótesis estaba cubierta por Surovikin y el desastre ecológico mayormente afectó a la población civil. Ironías del destino, el “símbolo de la retirada” se convirtió en un reconocido previsor. Su línea defensiva en Donbás y la zona sur hizo estallar por los aires a la «Contraofensiva de Verano» de julio-septiembre de 2023. Sin embargo, la figura de Surovikin se vio “algo implicada” en el surrealista levantamiento de Yevgueni Prigozhin y su Grupo Wagner del 23 y 24 de junio de 2023 y fue relegada.
Esa demanda parece ser demasiado osada: ¡cómo (se atreve a) exigir un territorio que aún no se ha tomado! Pero Putin parece estar jugando con su dominancia de la situación militar o con poner condiciones imposibles para acceder a las posibles. Al mediano-largo plazo, Rusia está consiguiendo paulatinamente una mejor posición sobre el terreno, y las pretensiones del Kremlin juegan con “lo que podría concretarse por las malas” si no “se llega a un acuerdo por las buenas”. En definitiva, Putin quiere forzar a un acuerdo, no obstaculizarlo. Debe leerse en ese sentido.
Donde sí hay un gran impedimento para llegar a un acuerdo es el tándem burocrático OTAN-UE —que ve allí un germen de su propia disolución—, y el eje difuso Londres-París-Berlín, sostenido por alfileres (por sus recelos mutuos). Obviamente también se suma el régimen banderista ucraniano, que está enceguecido con luchar hasta el final, no por el honor de Ucrania, sino por su singular existencia. Trump parece haber subestimado la capacidad de acción de estos actores, creyendo que con su aluvión de poses, gestos y declaraciones podría llevarse todo por delante.
Pero no es así…
A pesar de que Ucrania está flaqueando en el campo de batalla, todavía tiene «respirador» para rato, sustentada en el apoyo anglo-germano-francés y en los que “patean en contra” 2 en el equipo propio. Esto obligó a que Rubio y Witkoff —donde el segundo parece vigilar al primero; considérese que Witkoff se reunió con Putin en San Petersburgo previo a París, el 11 de abril—, tuvieran que ir al encuentro de los europeos, conscientes de que no pueden hacer un trato por encima de sus opiniones.
Sin embargo, con posiciones tan equidistantes, los enviados estadounidenses no pudieron conciliar con sus homólogos europeos. Posteriormente, Rubio dijo que Trump había decidido que “ha dedicado mucho tiempo y energía a esto” y que “tenemos que averiguar, en cuestión de días, si esto es factible a corto plazo. Si no es así, entonces vamos a pasar”. Más adelante le reiteró al secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que “si no surge pronto un camino claro hacia la paz, Estados Unidos se retirará de los esfuerzos para mediar”.
Rubio y Witkoff se toparon con la insistencia de una “coalición de los dispuestos” liderada por Francia y Reino Unido, con el propósito de proporcionar garantías de seguridad a Ucrania mediante el posible despliegue de una fuerza multinacional anglofrancesa de hasta 25.000 efectivos; algo inaceptable para Moscú. Ucrania fue más lejos en su realidad paralela: insistió en que no tendría un estatus de neutralidad, no se desmilitarizaría, no reconocería como rusos los territorios perdidos y exigiría la reconstrucción con financiamiento ruso, junto con la adhesión a la Unión Europea y a la OTAN.
En ese sentido hubo una nueva ronda de negociaciones, el 23 de abril, esta vez, en Londres, donde no asistió el secretario de Estado Marco Rubio —ausente sin aviso a último minuto—, yendo en su lugar Keith Kellogg, de menor rango. Esta reunión fue un literal fracaso y para disimular se dijo que fue sobre “aspectos técnicos”. ¡Hasta el mismo secretario de Exteriores británico, David Lammy se retiró indignado!
Parece ser que Trump se cansó y pateó el tablero: aunque Estados Unidos sigue brindando cierto apoyo a Ucrania —tampoco se trata de un cambio de alianzas—, está cerrando lentamente las operaciones logísticas en el aeropuerto de Rzeszów-Jasionka (Polonia). Le negó a Zelenski nuevas baterías antiaéreas MIM-104 Patriot. Y amaga con suspender los datos ISR (Intelligence, Surveillance, Reconnaissance) que se utilizan para programar los misiles ucranianos dirigidos hacia Rusia. Si esto último se cancela, los prometidos (por Alemania) misiles de crucero Taurus perderán su efectividad…

El aeropuerto polaco de Rzeszów-Jasionka, ubicado al sureste del país y cercano a la ciudad ucraniana de Lviv (Leópolis), fue el nodo principal de abastecimiento occidental para la guerra. En la foto, dos aviones de transporte se cruzan en la pista, un Boeing CC-177 (C-17A) Globemaster canadiense y un Ilyushin Il-76 ucraniano. El nivel de actividad estadounidense ha bajado ostensiblemente.
El 25 de abril, los servicios secretos ucranianos —que operan en la Federación Rusa con el soporte del MI6 británico, infiltrado allí desde larga data—, lograron asesinar al teniente general ruso Yaroslav Moskalik, en un atentado con coche bomba, una nueva prueba de que Kiev hace uso del terrorismo liso y llano para enturbiar cualquier tipo de negociación. [Ver: «La fase terrorista tomó nuevo impulso» del 19/12/2024]
Casualmente, ese mismo día tenía lugar la segunda reunión —esta vez en el Kremlin moscovita—, entre Steve Witkoff y Vladimir Putin.
Apenas un día después, el 26 de abril, el presidente Vladimir Putin dio por reconquistada toda la región de Kursk que estuvo invadida por fuerzas ucroatlantistas desde el 6 de agosto de 2024 [ver: «Putin visita Mongolia y enlaza pasado con futuro» del 07/09/2024 y «La reconquista rusa de Kursk» del 15/03/2025]
El 26 de abril, Vladimir Putin declaró la liberación total de Kursk. Según su valoración (y la de casi todos los analistas militares internacionales) fue una campaña complicada porque Ucrania había destinado “lo mejor de sus fuerzas disponibles”. En su momento, yo describí esta operación ucroatlantista sobre Kursk, como “la operación de las Ardenas” 3 de Zelenski.
Como yapa, confirmó todos aquellos rumores y denuncias del desesperado Volodimir Zelenski, esto es, que tropas norcoreanas efectivamente tomaron parte de las operaciones en Kursk. Esto es un órdago hacia las fobias de los neocons euroamericanos: aunque quizás su participación es más simbólica que efectiva, la implicación de verdaderas “hordas asiáticas” (como consideraba Hitler a los rusos) parece una provocación y una (casi) equivalente respuesta a los casi 5000 mercenarios multinacionales pagados por las chequeras occidentales, 917 de ellos, colombianos [Ver: «Occidente apuesta a la escalada (pero la paciencia rusa no es eterna)» del 13/09/2024] y a las campañas de reclutamiento de extranjeros de Kraken.
Algunas tropas norcoreanas efectuando acciones de combate en un campo de entrenamiento. Rusia no tiene por qué renegar de esta alianza: conocida como Tratado de Asociación Estratégica Integral, fue firmado el 18 de junio de 2024 durante una visita del presidente Vladimir Putin a Pyongyang. El tratado incluye una cláusula de defensa mutua que compromete a ambos países a brindarse asistencia militar inmediata en caso de agresión armada por parte de terceros.
El 1 de mayo, finalmente se produjo la firma del acuerdo ucraniano-estadounidense por el cual Washington compartirá los futuros ingresos procedentes de las reservas minerales de Kiev, creándose un fondo de inversión conjunto entre los países.
[Nota: Bessent llegó a Buenos Aires el 15 de abril con similar propuesta. Argentina y Ucrania son los principales deudores del FMI . Ver: «Argentina vuelve al FMI… otra vez»]

El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, y la vice primera ministro y ministro de Desarrollo Económico y Comercio, Yulia Sviridenko, firmando el acuerdo sobre minerales.
Como siempre sostuve, este acuerdo es el fee (el honorario) de Trump por mediar en el conflicto, bajo amenaza extorsiva de retirar todo el apoyo y dejar solo al régimen. Es la fórmula “minerales por ayuda” (que también aplica con Argentina, insisto).
¿Qué significa su firma ahora? Algunos ven en dicho tratado comercial la garantía itself de un acuerdo de paz negociado entre Rusia y (el proxy estadounidense) Ucrania. De hecho, en ese sentido partió la declaración de Scott Bessent: “Este acuerdo señala claramente a Rusia que el gobierno de Trump está comprometido con un proceso de paz centrado en una Ucrania libre, soberana y próspera a largo plazo”.
Sin embargo, otros ven un “corte de amarras” en la inicialmente buscada asociación estratégica tácita con Rusia: el hecho de que los recursos más valiosos, como el gas de esquisto, los metales de transición, el litio y las tierras raras, se encuentren de manera desproporcionada en zonas de Ucrania que actualmente o que pronto estarían bajo control ruso se convertiría en un conflicto de intereses. Sin embargo, se asevera que el acuerdo final no incluye garantías explícitas de la ayuda estadounidense en materia de seguridad.

Mapa sobre los recursos mineros de Ucrania del ISW. Muchas zonas de explotación son circundantes al área de operaciones militares actual.
La definitiva firma del acuerdo minero vino justamente poco después de la conversación íntima entre Trump y Zelenski en la Basílica de San Pedro —del que quiso formar parte Emmanuel Macron y no le fue permitido—, en oportunidad de las exequias por el fallecimiento del papa Francisco, el 26 de abril. Allí también se desbloqueó la creación del Fondo de Inversión para la Reconstrucción de Ucrania.

Llamó exageradamente la atención que habiendo tantas habitaciones privadas en todo Vaticano, se haya concertado una reunión cara a cara entre Donald Trump y Volodimir Zelenski a vista de todo el mundo. Obviamente Trump quería que Putin viera “a la luz del sol” su acción intimidatoria.
Muchos creen que esos 15 minutos de reunión bastaron para que Trump pusiera las cosas meridianas: o te alineas a mis pedidos, o retiro totalmente el apoyo militar, político, financiero y mediático a Ucrania. Elige. Trump ya había dado una muestra de ello apenas después del escandalete del Salón Oval, aquel 28 de febrero [Ver: «Europa, entre la “amenaza rusa” y el desprecio estadounidense»].
En espejo a la firma del acuerdo-garantía, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, que está en Río de Janeiro en oportunidad de la cumbre BRICS de cancilleres, volvió a repetir las exigencias indeclinables rusas:
- Fin de la prohibición de Ucrania para negociar con Rusia.
- Que Ucrania abrace la neutralidad, lo que implica la no membresía en la OTAN.
- El reconocimiento internacional de la soberanía rusa sobre Crimea, Donbás, Jersón y Zaporozhie (¿íntegros? ¿parciales? no fue especificado…)
- El fin de las políticas de destrucción de todo lo ruso: idioma, cultura, tradiciones y ortodoxia.
Asimismo, Lavrov abogó por:
«… un cronograma para la tarea de desnazificación en Ucrania, y el levantamiento de las sanciones, acciones, demandas y órdenes de arresto, y la transferencia de activos a Rusia que están congelados en Occidente. Además, buscaremos garantías confiables para la seguridad de la Federación Rusa y contra las amenazas creadas por la actividad hostil de la OTAN, la Unión Europea y sus estados miembros individuales en las fronteras del país en el oeste».
¿Es toda esta movida algo concertado entre Washington y Moscú? ¿O es una puñalada por la espalda de Washington respecto de lo conversado en Riad, el 12 de febrero de 2025?
Según el New York Times el acuerdo esbozado por Estados Unidos, conversado por Witkoff con Putin y compañía, y expuesto por Rubio-Witkoff en París, con poco éxito pero con redoblada presión, consta des 7 puntos básicos:
- Reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea: se trataría de un reconocimiento de jure por parte de Estados Unidos, lo que implica que es pleno y definitivo.
- Reconocimiento de los territorios rusos ocupados: a diferencia de Crimea, sería un reconocimiento de facto, o sea, provisional o limitado, de casi la totalidad del Donbás, Jersón y Zaporozhie.
- Prohibición de que Ucrania se adhiera a la OTAN: Washington se comprometería a bloquear la adhesión de Ucrania a la OTAN, aunque permitiría una adhesión a la UE (a la que Rusia jamás se negó). Esto sugiere que la UE tendrá que asumir el coste de la reconstrucción de Ucrania como parte del proceso de integración y cohesión.
- Levantamiento de las sanciones impuestas a Rusia desde 2014.
- Reanudación de las relaciones económicas entre Estados Unidos y Rusia: esto es coincidente con la búsqueda inicial, conversada en Riad, de consolidar una renovada cooperación en sectores clave como la energía y la agricultura.
- Acuerdo de Minerales Estratégicos y Reconstrucción: Kiev firmaría un acuerdo (¡de hecho ya lo firmó!) que permitiría a las empresas estadounidenses explotar los recursos minerales de Ucrania. Además, Ucrania recibiría una compensación no especificada por la reconstrucción.
- Control compartido de la central nuclear de Zaporozhie: la mayor instalación nuclear de Europa, actualmente bajo control ruso, sería administrada por Estados Unidos como territorio neutral, suministrando electricidad tanto a Ucrania como a Rusia.
Quizás como una forma (muy peligrosa por cierto) de salvar las apariencias, el irresponsable de Zelenski, mientras firma el tratado por minerales —que es parte del Plan de 7 Puntos de Trump—, hace muestras de repulsiva bravuconería al “sugerir” que podrían realizar un ataque (terrorista) el 9 de mayo, durante el Día de la Victoria (День Победы). 4
¡A este tipo de maníacos apoyan las viciosas élites europeas!
En un video casero, Zelenski amenazó con un ataque durante el Día de la Victoria.
De concretarse una locura así, sería una invitación a la guerra total: Rusia tendría vía libre para represaliar con una fuerza bruta impresionante, incluso, nuclear, pues la doctrina actual lo permitiría.
Considérese, además, los primeros mandatarios que asistirán al Desfile: Robert Fico (Eslovaquia), Aleksandar Vučić (Serbia), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Kasim-Yomart Tokáyev (Kazajistán), Mahmoud Abbas (Palestina), Xi Jinping (China), Narendra Modi (India), Alexander Lukashenko (Bielorrusia), Nikol Pashinián (Armenia), Emomali Rahmon (Tayikistán), Miguel Díaz-Canel (Cuba), Milorad Dodik (Republika Srpska), Tô Lâm (Vietnam), Ibrahim Traoré (Burkina Faso), Sadyr Zhaparov (Kirguistán), Shavkat Mirziyoyev (Uzbekistán) y Nicolás Maduro (Venezuela).
Donald Trump ya le había marcado la cancha a Zelenski con unas de sus picantes declaraciones en Truth en alusión a su opereta mediática en The Wall Street Journal:
«El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, se jacta en la portada del WSJ que “Ucrania no reconocerá legalmente la ocupación de Crimea. No hay nada de qué hablar aquí”. Esta declaración es muy perjudicial para las negociaciones de paz con Rusia, ya que Crimea se perdió hace años bajo los auspicios del presidente Barack Hussein Obama, y ni siquiera es un punto de discusión. Nadie le pide a Zelenski que reconozca a Crimea como territorio ruso pero si la quiere ¿por qué no lucharon por ella hace 11 años cuando fue entregada a Rusia sin un solo disparo? La zona también albergó, durante muchos años antes de la “entrega de Obama”, importantes bases de submarinos rusos. Son declaraciones incendiarias como las de Zelenski las que tanto dificultan la resolución de esta guerra. ¡No tiene nada de qué presumir! La situación de Ucrania es desesperada. Puede lograr la paz o puede luchar durante otros 3 años antes de perder todo el país. No tengo nada que ver con Rusia, pero sí con el deseo de salvar, en promedio, a 5.000 soldados rusos y ucranianos por semana, que mueren sin motivo alguno. La declaración de Zelenski de hoy no hará más que prolongar el “campo de la muerte” ¡y nadie quiere eso! Estamos muy cerca de un acuerdo, pero el hombre “sin cartas que jugar” debería por fin LOGRARLO. Espero poder ayudar a Ucrania y a Rusia a salir de este completo y total desastre, que jamás habría comenzado de ser yo presidente».

La advertencia del 23 de abril, aparentemente, fue repetida en modo más intenso durante la “confesión” en la Basílica de San Pedro, 3 días después.
Todo parece indicar que (1) la reconquista de Kursk y las operaciones cada vez más osadas de los rusos en el campo de batalla, como el golpe en Sumi, sumado a (2) el ultimátum de Trump, adelantado vía Truth y concretado en la “confesión” de 15 minutos en el Vaticano (que fue, asimismo rubricada con una segunda reunión suspendida por Trump), (3) la poca empatía de Meloni con Zelenski en la subsiguiente reunión en Roma (a consciencia de que Italia ya eligió supeditarse a una alianza bilateral con Estados Unidos y darle la espalda a la UE) y finalmente (4) unos «Siete Puntos» que, de cumplirse, se acercan bastante a las pretensiones del Kremlin y vencen las barreras de Kiev, nos hacen prácticamente confirmar el fin de Volodimir Zelenski, y la progresiva sustitución del régimen banderista por otro más potable a los intereses de Washington y Moscú.
- El término proviene del antiguo eslavo oriental “ukraína”, que significaba “zona fronteriza” o “territorio fronterizo”. Se compone del prefijo “u-” (que indica “en” o “cerca de”) y la raíz “krai” (край), que significa “borde”, “extremo” o “región”. ↩︎
- El globalismo de inspiración estadounidense y la ideología neoconservadora del intervencionismo siguen siendo la corriente principal en la conciencia de las élites estadounidenses, civiles y militares, y también es un consenso bipartidista ↩︎
- La Operación Wacht am Rhein dio lugar a la Batalla de las Ardenas (Battle of the Bulge), una gran ofensiva alemana lanzada el 16 de diciembre de 1944 (hasta el 25 de enero de 1945) a través de los densos bosques y montañas de la región de las Ardenas (Bélgica) en el frente occidental. La pretensión alemana era partir por la mitad la línea aliada de fuerzas británicas y estadounidenses, tomando Amberes para luego embolsar y destruir cuatro ejércitos aliados, forzando a la dirigencia política a negociar una paz separada, para concentrarse en el teatro oriental. ↩︎
- Habrá tropas vietnamitas, que por cierto, también festejan la liberación de Saigón, ocurrida el 30 de abril de 1975. ↩︎