La etnología contemporánea intenta cumplir su misión de comprender a los pueblos diversos en un contexto mundial que constantemente sufre reacomodos geopolíticos. La dirección de estos cambios no queda clara todavía, sin embargo, se observa una tendencia de los nuevos ordenamientos, a responder a los dictados de las presiones económicas de los centros de poder.
Al mismo tiempo la certeza de que los posibles destinos implicados en estas transformaciones, no sólo dependan del juego de leyes y mecanismos ajenos a las intenciones humanas, aumenta tanto en las comunidades científicas como en las sociedades mismas. Por ello, junto a la amenaza del colapso provocado por crisis sucesivas y “crisis dentro de las crisis”, se vislumbra también la oportunidad del cambio en la dirección más anhelada, tanto por los que hacen etnología, como por los que son sujetos de consideración por ésta.
Ante esta situación, el humanismo en una ciencia como la etnología, ya no sólo puede verse reflejado en una mera curiosidad intelectual, similar a aquella que los hombres del renacimiento experimentaron hacia la cultura grecolatina (Levi-Strauss, 2001:1973). Es verdad que con el nacimiento de la etnología como ciencia, el occidental se vio obligado a mantener una relativa actitud de valoración y tolerancia hacia expresiones, que anteriormente, juzgaba teñido por numerosos prejuicios. Con esta forma de enfrentar la relación con el extraño, la etnología brindó al humanismo la semilla del respeto por la diversidad personal y cultural. Hoy muchos se preguntaran: ¿que puede el humanismo ofrecer a la etnología?
Para algunos etnólogos y antropólogos, ofrece un punto de vista que parte de considerar al ser humano individual y su esfuerzo por alcanzar la libertad y creatividad dentro de los confines y oportunidades de la naturaleza, la cultura y la sociedad (Barfield, 2000:51). Por lo tanto, tal proyecto tendrá que ver con dilucidar de qué manera, “las fuerzas formadoras de la vida étnica” (Dittmer, 1975:32) han sido, y pueden continuar siendo aliadas del desarrollo humano. A esto nosotros añadiríamos que si en un primer momento, estas fuerzas, fueron capaces de generar hombres y mujeres culturalmente distintos entre ellos, ¿cómo ahora, estas fuerzas, pueden orientarse para generar un respeto mutuo?. Pienso que a este tipo de preguntas debe responder la etnología humanista, sobre todo en este momento de mundialización creciente en el que nos encontramos.
A las colectividades, tradicionalmente abordadas por la etnología, se han sumado nuevas identidades que demandan objetivos y enfoques teóricos y metodológicos novedosos. Los etnólogos con sentido humanista, se ocupan hoy en día de entender cómo por ejemplo, de entre un grupo de personas, que comparten el padecimiento de una enfermedad, se puede generar una mentalidad, unas prácticas, y representaciones simbólicas, en suma, ciertos recursos culturales útiles para enfrentar su problema. Un grupo de niños de la calle podría ser otro caso. Un proyecto que logre esclarecer cómo se puede propiciar entre ellos una conciencia de autoayuda y autovaloración es imprescindible. De igual forma, los problemas de discriminación, que sufren, por ejemplo, las personas con algún tipo de discapacidad y en general, quienes de alguna manera han quedado en situación de marginación y vulnerabilidad, comparten aspectos colectivos, que indudablemente, ameritan la mirada del etnólogo humanista.
Pero ¿de qué manera, ese humanismo, se puede expresar convergente con el cambio social y personal que todos anhelamos?
Por principio de cuentas, es necesario distinguir entre humanitarismo y humanismo. Con relación a esta diferencia, Mario Rodríguez ha escrito lo siguiente:
“Son numerosas las posturas que, teniendo por base el hecho del sufrimiento humano, invitan a la acción desinteresada a favor de los desposeídos o los discriminados. Asociaciones, grupos de voluntarios y sectores importantes de la población se movilizan, en ocasiones, haciendo su aporte positivo. Si duda que una serie de contribuciones consiste en generar denuncias sobre esos problemas. Sin embargo, tales grupos no plantean su acción en términos de transformación de las estructuras que dan lugar a esos males. Estas posturas se inscriben en el humanitarismo más que en el humanismo…”
En el trabajo de campo que realiza el etnólogo contemporáneo, es ya parte de la realidad cotidiana, la urgente necesidad de la ayuda humanitaria. Estrictamente hablando, la acción humanitaria se caracteriza por no tomar partido a favor de unos y en contra de otros, precisa ser imparcial, sin embargo generalmente resulta imposible ante la enorme cantidad de maltratos. Piénsese tan solo en las guerras civiles, como las de “purificación étnica” entre serbios, bosnios y croatas de la ex – Yugoslavia (Mamou: 2002). Por ende, es necesario que, aún bajo el esquema de la ayuda humanitaria –que en la práctica puede ser muy variada-, el etnólogo no pierda de vista la manera en que la cultura e instituciones del grupo, se relacionan con situaciones de violencia y discriminación, tanto proveniente de factores internos como externos al grupo. Este tipo de preocupaciones demandará a nuestro etnólogo un balance adecuado entre el humanitarismo y el humanismo.
Algo que puede contribuir a fijar ese balance, consiste en analizar “la tensión esencial” –parafraseando a Thomas Kuhn (Kuhn, 1986)- , que tiene lugar entre la ideología grupal e individual, pues en los enfoques etnológicos la ideología colectiva juega un papel que no puede supeditarse a la ideología individual, sobre todo cuando esta última adquiere un sentido muy revolucionario.
He utilizado la metáfora de Kuhn al referirme a la tensión esencial, porque en ella encuentro una representación adecuada, del delicado ajuste, que constantemente se da entre las cosmovisiones colectivas e individuales de un grupo, sea cual fuere su naturaleza. Tanto en una comunidad de científicos, como en un grupo étnico, el conjunto de personas, que comparten algún tipo de vulnerabilidad o una franja poblacional explotada y/o discriminada, siempre está en juego, el dilucidar hasta dónde es válido desechar ideas y/o adoptar y crear otras.
Este proceso, que en comunidades científicas, representa la discusión en torno a cuán radicales deben ser los cambios paradigmáticos ante la contrastación empírica de teorías, tiene su paralelo en otras colectividades humanas cuando éstas asumen, que después de todo, bienvenido es el cambio de mentalidad o la permanencia de la tradición, si esto aporta a la sobrevivencia del grupo, como ambiente fundamental, para que continúe el proceso auto-constructivo de la persona humana.
Artículo publicado, en la revista estudiantil de la ENAH Coexistencia, en el otoño del 2004, México.
Bibliografía
Bonfil Batalla, G. Lo propio y lo ajeno, SEP-CIESAS, México, 1987.
Dittmer. K. Etnología general. F.C.E. 1954 (1975).
Ingold, Tim. Evolución y vida social, Ed. Grijalbo, México, 1991.
Kuhn, T.S. La tensión esencial, CONACYT-FCE., México, 1982.
Lévi-Strauss, Claude. Antropología Estructural. Mito, sociedad, humanidades. 1973 (2001).
Mamou, Jack. La acción humanitaria. Ed. F.C.E. México, 2002.
Rodríguez, Mario. Cartas a mis amigos. Ed. Plaza y Valdés. 1991.
David Sámano se desempeña como profesor – investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) e investiga temas vinculados a la epistemología, filosofía de la ciencia y antropología de la ciencia.
Artículo del libro Interpretando al Nuevo Humanismo. Etnología, Epistemología y Espiritualidad. https://edicionesleonalado.net/es/producto/interpretando-al-nuevo-humanismo/
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