Las regiones de la realidad

Por Nestor Tato.-

Nuestro objeto temático es la Ética. Comencemos por emplazarla donde le corresponde, en el marco de las relaciones que le son propias. Para ello, será necesario precisar a grandes trazos el contexto general: el ámbito mayor y las posibles regiones que ofrece a nuestra mirada.

En el panorama que se ofrece en la visión del mundo que puedo construir, puedo diferenciar dos grandes tipos de fenómenos: los naturales y los culturales. Claro está que esto lo formulo desde un punto de vista que considera la totalidad de mi experiencia, no solo lo que percibo en el momento.

Todo lo que me es dado en este mundo pertenece a una de esas grandes regiones: la de la materia que percibo con independencia de lo humano, y la de lo humano. Ya se trate de lo humano propiamente dicho o de las huellas materiales de su paso. Está claro que la materia no es nuestro tema.

La cultura es toda actividad humana. Habitualmente se entiende el término “cultura” en el sentido de actividad artística o en el más general de la erudición. Desde el punto de vista que propongo, no se trata de una actividad particular.

Tomo el sentido que surge de los estudios antropológicos en los que el término sirve para definir la actividad global de un grupo humano en una época o en un hábitat determinado y lo extiendo a la Humanidad.

Este sentido amplio deriva del sentido literal del término. Es el cultivo (culturare es cultivar) en el sentido de trabajar, de actividad sometida a ciertas pautas. La existencia de pautas hace que se use el término para denominar un sector de actividades consideradas selectas que se distinguen por la aplicación de una disciplina. Eso es lo que hace que dé resultados también selectos y valorados.

Este mismo significado incita a usar el término para destacar que cualquier actividad humana no es cualquier actividad.

Todas y cada una de las actividades que desarrolla lo humano son relevantes. Y me refiero a actividades que son regulares, que son repetidas por un conjunto humano aun cuando haya variaciones grupales o, incluso, individuales. Estas regularidades son, por otro lado, más abarcadoras o extendidas que lo que se llama actividades sociales.

En todo caso, lo que importa para nuestro tema es que la actividad humana, por sí misma, funda una región de la realidad -sino la misma realidad.

El término cultura significa cultivo, elaboración. Pero ¿qué es lo que cultiva la actividad humana?

La actividad humana cultiva el tiempo. Lo humano transcurre y en ese transcurso -la Historia- podemos notar un progreso que indica que cada vez organiza más su tiempo. Sea en la tecnológico, en lo social o en lo ideal, los seres humanos generamos organizaciones cada vez más complejas en todos los campos.

Este cultivo del tiempo pertenece a la esencia de lo humano. Aquí entiendo la esencia como función. La función de la conciencia es organizar el tiempo, desde este punto de vista.

El tiempo transcurre “a través” de la conciencia mientras ésta constituye al mundo y a sí misma en la interacción de ambos. La organización del mundo y del tiempo están entrelazadas, complicadas. Se dan simultáneamente en la actividad organizadora de la conciencia.

En referencia a lo material, la cultura se manifiesta como transformadora. La conciencia imagina lo posible del mundo que la rodea y el sujeto busca plasmarlo a través de su actividad: moldea la materia a semejanza de la imagen que forja la conciencia para guiarlo.

Los objetos culturales son los que han sido tocados por la actividad humana. Por ejemplo, un jardín no es un producto natural, sino cultural.

Y hay objetos naturales: los que no han sido alcanzados o transformados por lo humano.

En un sentido más estricto, en tanto lo humano es primariamente dador de sentido, en tanto todo acto de conciencia dona un sentido, prácticamente solo lo desconocido sería natural.

Limitémonos al efecto estrictamente transformador de lo cultural para dejarle un espacio a la Naturaleza en nuestro paisaje, y así, desde un punto de vista amplio tendremos objetos materiales culturales (los organizados por lo humano) y objetos materiales naturales (los que escapan a la actividad humana).

A la inversa de lo que ocurre con el mundo natural, con los objetos llamados ideales no hay confusión posible: siempre son culturales.

Lo ideal no está dado en el mundo externo, es una dimensión que surge con lo humano y solo lo humano tiene acceso a ella.

Lo humano pone en el mundo lo ideal. Tal es su peso que se lo ha ubicado como formando parte de la realidad “objetiva”. En todo caso, lo ideal participa del proceso de constitución de la realidad, ya que ésta se está generando continuamente.

Esa producción continua de la realidad es tarea de la conciencia. En ella interactúan los niveles ideal y material. Lo ideal forma parte de la realidad, en tanto determina su organización.

Pero ¿dónde están esos objetos ideales? Descriptivamente, podemos decir que se manifiestan en un adentro con referencia a los límites del cuerpo, en un ámbito interno, de representación. No se presentan afuera, no son detectados por los sentidos externos.

Parecen tener existencia de un modo independiente de uno, en la medida que pueden circular y permanecer intelectualmente en un “afuera” social que solo se constituye en la interacción humana: el imaginario social. Algo así como la interioridad de lo externo.

Ese mundo ideal que parece ajeno a nuestra existencia personal no es independiente de ella dado que ésta le sirve de soporte. Sin seres humanos no habría mundo ideal. Esto, desde el punto de vista de lo que es evidente para mí y para cualquier ser humano. Lo que es, es porque es para mí. Pero mi existencia personal sí es prescindible: yo no soy necesario para que lo ideal exista mientras existan otros seres humanos.

El idealismo extremo invertiría los términos y diría que nosotros no podríamos existir sin ese mundo ideal. Dejando de lado el innatismo, que resulta inapresable desde un punto de vista descriptivo, a los idealistas no les faltaría razón ya que la experiencia humana que implica ese mundo ideal nos preexiste.

Nacemos y nos formamos inmersos en el imaginario colectivo.

De ese modo, lo ideal nos antecede y colabora en nuestra constitución como sujetos, del mismo modo que participa en la interacción generadora de la realidad.


Néstor Tato
Agradeceré cualquier comentario a ntatom@gmail.com. Abogado, mediador, investigador del Centro de Estudios Humanistas de Buenos Aires «Mayte de Galarreta».

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