La conciencia se tiene a sí misma como objeto de sensación

Imágenes en Pexels (dominio público)

Néstor Tato.-

Interrelaciones entre los conceptos

Como ya se entrevé, la Ética no existe sin la conciencia y sin el otro, el semejante o próximo.

Son tres conceptos de distinto nivel, que resumen el tema en su interacción: la Ética regula la reflexión sobre mi conducta referida al otro.

La Ética es un elemento ideal; la conciencia, el principio activo; y el otro, “real”, entendido como externo, independiente de mí.

La Ética es un conjunto de normas, de pautas abstractas. La conciencia es la actividad que posibilita la existencia en el modo de la libertad. Y el otro es el objeto-término (en tanto estímulo y, a la vez, destinatario) que nos brinda la ocasión de conducirnos.

Cada uno de los tres elementos ejerce una mediación necesaria en la relación entre los otros dos:

1) la Ética media en la reflexión (actividad de la conciencia) aportando pautas que permiten ordenarla para decidir la conducta respecto del otro;

2) la conciencia media entre la Etica y el otro, en tanto elabora la conducta respecto de éste tomando las pautas de aquélla como referencia;

3) el otro media entre la Etica y la conciencia, actualizando la Ética en la conciencia al problematizarla. Le da existencia concreta a través de la necesidad de organizar una conducta.

Aspecto práctico de la cuestión

Todo esto que parece tan abstracto tiene, sin embargo, un propósito y una función práctica.

No creo que baste con teorizar sobre la Ética y su necesidad, sino que es preciso aproximarse a la manera de concretarla. De modo que saber que “la conciencia está aquí” me plantea que no necesito ninguna ayuda extraordinaria ni ningún elemento ajeno a mí mismo para poder recuperarla: si estoy viendo, basta que mire lo que veo; si estoy recordando, que busque o precise los recuerdos; si estoy imaginando, que precise las imágenes, las detenga o las modifique deliberadamente. Es decir, basta que refuerce la atención en lo que estoy haciendo para que “mi” conciencia “se haga presente”, para que la sienta claramente.

Si quiero “tomar conciencia” súbitamente, busco anclar en el “aquí”, presto atención a todos los estímulos simultáneamente. En lugar de focalizar la mirada, la amplío, tratando de abarcar todo el campo de visión. Busco percibir amplia y reposadamente sin que me distraigan los pensamientos. Trato de captar el volumen del ámbito en que estoy. Para eso puedo usar de apoyo la sensación de distancia entre mi cuerpo y las paredes, por ejemplo. Recorro el mundo con la mirada atentamente. La conciencia se hará patente y, con ella, se reforzará mi presencia, mi percepción de mí.

Que “la conciencia no tiene lugar que le pertenezca” significa que puedo “tomar conciencia” en cualquier lugar. No hay ámbitos necesarios para la reflexión, cualquiera es bueno. Por supuesto, los más tranquilos serán más aptos, pero en todo ámbito puedo reflexionar, tomando en cuenta que, mínimamente, reflexión es el volver la conciencia sobre sí misma. Ese volver sobre si misma se da en el modo de la percepción interna, no como pensamiento discursivo. La conciencia se tiene a sí misma como objeto de sensación. No se juzga. Se observa. Más precisamente: observo los movimientos que se dan dentro mío.

En cuanto a la Ética y al otro, por sí mismos, son buenos temas de reflexión en sí, sin necesidad de un conflicto que los ponga en presencia.

De momento, diré que la sola lectura de temas éticos nos remitirá a situaciones vividas o posibles, facilitando la comprensión, asimilación o previsión de la experiencia. Los planteos abstractos buscarán ser completados con datos de experiencia. La memoria asociará situaciones vividas o conocidas para poder comprender los conceptos de que se trate

A su vez, meditar sobre “el otro”, no solo sobre cómo son mis conocidos, sino prestar atención a las tendencias conductuales, a los sentimientos, a las emociones constantes que me despiertan, será una manera de relevar información vital sobre mi funcionamiento.

De modo que la reflexión pondrá a prueba mi sensibilidad.

Si contemplo el flujo de mis vivencias, entre lo que se ofrece a mi pensamiento tendré ideas (abstracciones, conceptos) y también, imágenes que me afectan (los otros seres humanos). Concomitando con las imágenes surgirán sentimientos, pero también tengo sentimientos por las ideas que aparezcan. Lo habitual será que tienda a pensar tanto las ideas como los sentimientos, pero éstos contarán con un aliado poderoso: que son sentimientos. De modo que los pensamientos de los sentimientos tendrán más fuerza que los abstractos. Y se dará una  polarización de los pensamientos que no me permitirá avanzar, porque la fuerza está de este lado aunque “el bien” esté de aquél. Mis sentimientos hacia lo ético por lo general serán más débiles que las sensaciones que me proponen las imágenes. En éstas estará implicado mi cuerpo, que es la fuente de la fuerza de mis vivencias.

Será bueno que el trabajo de reflexión sobre mis situaciones sea una búsqueda de coherencia, de balance entre ellas para que no se desproporcionen en relación al tiempo que ocupan. Todo necesita tiempo para desarrollarse. Y tendré que atender a que sea el necesario, porque más o menos tiempo que el necesario es como excederse o retacear el agua a una planta. El tiempo es nuestro único recurso y lo necesitan, proporcionadamente, todas nuestras situaciones.

Así que será la reflexión el campo de entrenamiento de mi sensibilidad. Tendré que observar aquello que difusamente abarca mis sentimientos y sensaciones. Aquéllos son fenómenos internos netamente emotivos. Las sensaciones tienen un compromiso corporal más íntimo. Es seguro que siento, que tengo sentimientos suscitados por las ideas. Pero estos sentimientos no tienen la fuerza de la pasión por lo general. Carecen de la encarnación que traen consigo las sensaciones. Y tanto aquellos sentimientos provocados por ideas como estas pasiones vienen de mi pasado. Están almacenados en mi memoria. Por eso mueven mi cuerpo aunque con distinta intensidad.

Los sentimientos y sensaciones que me despierta el futuro, lo por venir, serán los fenómenos que tengo que anticipar mediante la imaginación y el cotejo. Sopesando unos y otras podré elegir cuáles me convienen según los parámetros que haya tomado como referencia. Y esos fenómenos sensibles podrán anticipar la convivencia entre las distintas situaciones de mi vida, la compatibilidad o coherencia entre las mismas.

Así mi sensibilidad se verá estimulada mediante la imaginación por la anticipación de las conductas posibles. Y esas sensaciones y sentimientos, estimulados por imágenes de situación, no serán imaginarias sino reales en el momento que las considero. Con mi elección, quedarán habilitadas para manifestarse en las situaciones que me toque vivir en el mundo externo. Esto es, al elegir las sensaciones que quiero vivir imaginando las situaciones que las despiertan, estaré eligiendo mi futuro.

De ese modo, el desarrollo de mi sensibilidad será mi propio desarrollo.


Néstor Tato
Agradeceré cualquier comentario a ntatom@gmail.com. Abogado, mediador, investigador del Centro de Estudios Humanistas de Buenos Aires «Mayte de Galarreta».


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