Señales fijadas en tiempo [I]

Sello del primer milenio que muestra a un adorador y un sabio vestido de pez ante un árbol estilizado con una luna creciente y un disco alado sobre él. Detrás de este grupo hay otra forma de planta con una estrella radiante y el cúmulo de estrellas (cúmulo de las Pléyades) arriba. En el fondo está el dragón de Marduk con la lanza de Marduk y el estandarte de Nabu sobre su espalda. commons.wikimedia.org

Javier Belda

Este es el rapto de aquellos seres no comprendidos en su naturaleza íntima, grandes poderes que hicieron todo lo conocido y lo aún desconocido.

Esta es la rapsodia de la naturaleza externa de los dioses, de la acción vista y cantada por humanos que pudieron ubicarse en el mirador de lo sagrado.

Esto es lo que apareció como señal fijada en tiempo eterno capaz de alterar el orden y las leyes y la pobre cordura. Aquello que los mortales desearon que los dioses hicieran; aquello que los dioses hablaron a través de los hombres. [1]

Con estas cautivadoras palabras comienza Mario Rodríguez Cobos (Silo) su recorrido por algunos mitos significativos en diversas culturas, en su libro Mitos raíces universales.

Los mitos pueden mostrarnos que las diferencias entre el hombre contemporáneo y el primitivo de hace miles de años en realidad no existen, en lo esencial nuestras preocupaciones son idénticas.

Desde tiempos remotos surgió la necesidad de forjar una imagen que diera sentido a la existencia.

El mito representa un túnel del tiempo que nos ofrece la posibilidad de viajar, miles de años atrás, para adentrarnos en los espacios mentales de los antepasados. Allí quedaron fosilizados intentos, frustraciones y hallazgos sobre el misterio de la vida.

Lo mismo que impulsa al héroe a emprender un viaje iniciático está operando en cada uno de nosotros: dar sentido a nuestra existencia, crear nuestro relato vital.

La Epopeya de Gilgamesh trata sobre la precariedad de la condición humana debido a la imposibilidad de ser inmortal. “El construyó los muros de Uruk, emprendió un largo viaje y supo todo lo que ocurrió antes del Diluvio. Al regresar grabó todas sus proezas en una estela”.

El hombre ha sido creado mortal, y su única razón de ser es estar al servicio de los dioses. Pero este mito deja finalmente un atisbo de esperanza, dando a entender que algunos seres podrían obtener la inmortalidad por sí mismos, prescindiendo del don divino, pero a condición de salir victoriosos de una serie de pruebas.

Estatua antigua asiria actualmente deslocalizada en el Museo del Louvre, posiblemente representando a Gilgamesh. Wikimedia commons

Con el paso del tiempo se fueron perdiendo los profundos significados  de esas historias fascinantes, colocándolas en el mundo de lo fantasioso. Sin embargo, mediante la investigación de los mitos es posible interpretar un sustrato de valores y creencias que se convertirán en los pilares de toda una civilización; en este caso de la Civilización Sumerio-Acadia.

Exponen los historiadores que en la reconstrucción de mitos no hay nada irrelevante, incluso una falsificación u omisión puede arrojar luz sobre otros contenidos implícitos. Pero, qué duda cabe que se han perdido muchos tesoros a través de las múltiples superposiciones culturales de los diferentes momentos históricos.

Una dificultad que pasa más desapercibida es la que se refiere a nuestra forma mental.  No nos extenderemos aquí sobre el apasionante tema de la forma mentis. Tan solo observemos que, hoy en día, hemos parcelado el conocimiento hacia lo monolítico, alejándonos de lo que en otros tiempos fue una forma mental holística. Hubo un tiempo en el que ciencia, arte, religión, caza, amor, muerte, subsistencia o magia eran lo mismo. Este afán actual por separar las cosas nos crea dificultades de comprensión sobre nuestro proceso y emplazamiento en el mundo de las esencias espirituales.

Entrada de la cueva de Misliya, Oriente Medio. Un nuevo hallazgo arqueológico obligará a reescribir la historia humana. Según un fósil hallado con una antigüedad de entre 200.000 y 175.000 años, los humanos comenzaron a conquistar el mundo 60.000 años antes de lo que se pensaba y se mezclaron con los Neandertales.

Avanzamos entre la duda y la certeza

Entre tanto, la arqueología encuentra nuevos hallazgos incómodos, que hacen retroceder cada vez más en el tiempo los comienzos de la cultura humana. Muchos de los conceptos “axiomáticos” que se han dado por indudables y se han traspasado de una generación a otra hoy están siendo cuestionados de manera clara y científica.

En el rastreo arqueológico se suceden las paradojas cronológicas, además resulta llamativa la aparición de contenidos comunes a muchas culturas, aunque separadas supuestamente por miles de kilómetros entre sí.

Los mitos se refieren a la lucha o coexistencia entre opuestos en el surgimiento de las religiones: el orden y el caos, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, etc. En todas las culturas encontramos esta dualidad.

Entonces surge la sospecha de que la cuestión filosófica y moral sobre el SÍ y el NO es parte de lo humano, algo que está en nuestra condición pero algo que necesitamos resolver a lo largo de nuestra existencia particular, el “para qué” de la existencia misma.

Ningún mito resolvió el problema de la inmortalidad automáticamente, como un desenlace ideal, más bien, todos los mitos muestran la importancia del camino y, por supuesto, existen los mitos que niegan el sentido.

Teognis, Píndaro, Sófocles proclaman que la mayor suerte que podría caber a los humanos sería no haber nacido o, una vez nacidos, morir cuanto antes. Pero tampoco la muerte resolvía nada, puesto que no significaba la extinción total y definitiva. Para los contemporáneos de Homero, la muerte significaba una existencia ulterior disminuida y humillante en las tinieblas infraterrestres del Hades (poblado de sombras pálidas desposeídas de fuerza y memoria).

[…]Por otra parte, el bien que se hubiera hecho en la tierra quedaba sin recompensa y el mal no sufría ningún castigo. Los únicos que sufrían torturas por toda la eternidad eran Ixión, Tántalo, Sísifo, por haber ofendido a Zeus en persona.[2]

¡Cómo no ver en ello la sombra de un pensamiento jerárquico arraigado profundamente en la cultura occidental desde la mitología griega!

Tan solo a modo de apunte sobre un tema tan vasto: “Esta concepción pesimista se impuso cuando el hombre griego tomó conciencia de la precariedad de la condición humana. Los griegos aprendieron que el mejor medio de escapar del tiempo es explotar las riquezas, insospechables a primera vista, del instante vivo” (Eliade, 1976).

Opuestamente, podemos citar también la lección apolínea por excelencia que se expresa en la famosa fórmula de Delfos: “Conócete a ti mismo”.

Más allá de la interpretación especializada, la consideración de los mitos es en su aspecto emocional es un trabajo subjetivo, en el que todo no ha sido descrito, sino que cada cual será el encargado de hallar los significados esenciales.

La resonancia interna con el proceso evolutivo es la que nos permite reconocernos en la especie humana. Al hacerlo podemos experimentar que somos parte de algo mayor que trasciende a nuestra individualidad. La ciencia actual, por ejemplo, habla sin pudor de una posible red cósmica pseudo-neuronal consciente.

En el avance hacia no se sabe qué, entrevemos la tendencia hacia una Nación Humana Universal, que hoy requiere de la multipolaridad para poder realizarse. Nos parece ver en ello una síntesis del proceso humano, el final de un camino milenario y el comienzo de una nueva etapa.

Descubrir un renovador sentido en la huellas del pasado va más allá de la simple recopilación de datos para convertirse en una pasión que revoluciona la conciencia. En lo común de esas huellas entrevemos algo milenario pero totalmente vigente.


[1] Silo. Mitos raíces universales. Gilgamesh – Poema del señor de Kullab. Ed. Antares Ediciones S.A., 1992

[2] Mircea Eliade. Historia de las Creencias y de las Ideas Religiosas I. Pág. 345

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