La función de la conciencia I

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Nestor Tato

1. La conciencia está ahí

La percepción de la presencia de la conciencia es inmediata. No hay otro fenómeno que la supere en inmediatez. En esto radica la cualidad de evidencia que destacó Descartes al enunciar el “cogito”[1]. A partir de ello, se puede enunciar una verdad que, en apariencia, es propia de Perogrullo: la conciencia está “aquí”.

Ese “estar-aquí” de la conciencia, para mí que escribo, se hace evidente en la percepción de mis operaciones intelectuales: al considerar mis pensamientos, cotejando sus distintas configuraciones y aclarándolos; poniendo orden en el discurso antes de escribir; en las correcciones que me hacen volver atrás, reconsiderar, tachar, reordenar. Como por detrás de esas acciones está mi darme cuenta de todo lo que hago. Aún cuando sea casi subliminal.

Pero este texto tiene un destinatario, que se va a actualizar –en un momento futuro, considerado desde este ahora en que escribo- o se está actualizando -en este otro momento presente, para el lector- para quien mi actividad interna se manifestará a través de evidencias materiales -el texto impreso. Mientras, en la actualización del lector, su conciencia tendrá un “aquí” -para mí hoy desconocido- que se está manifestando en la atención puesta en la lectura, en la percepción de las consideraciones secundarias que le surjan o en las que lo lleven lejos del hilo temático del texto, pero para él será ese “aquí” en que se da su conciencia tan evidente como para mí lo es éste darse “aquí” de la mía.

Pero si nos encontráramos, eso que para mí es evidente “aquí” y para el lector allá (su “aquí” para él, que es futuro y distante para mí), generaría un “acá” compartido, con las vivencias particularizadas del “aquí” de cada uno.

En ese “acá” compartido, si me sustraigo del impacto sensorial del otro, podría volver a definir mi presencia en este “aquí” y percibir mi conciencia, ahora más estimulada por la presencia del otro, más solicitada, pero presente en este “aquí” que se diferencia del “acá” compartido.

Si quisiéra percibir la conciencia del otro toparía con la evidencia directa de (tan solo) un cuerpo para mí reconocible como similar al mío, y en él, de gestos que me permitirán inferir que en él opera una conciencia como ésta que percibo en mí. Pero solo podría inferirlo porque no tengo la misma evidencia que tengo de la mía. No puedo percibir los movimientos de esa conciencia, sus operaciones. Lo interno del otro está oculto a mi mirada. Al menos, para el modo como se manifiesta lo interno en mí. De ahí que la conciencia solo sea autoevidente. Solo es evidente para mí. Generalizando, la conciencia solo es evidente para el “yo” que la actúa y es actuado por ella, “su” conciencia. Más precisamente, dado que el yo es una configuración de la conciencia, la conciencia solo es evidente para sí misma[2].

De esta cualidad de autoevidencia[3] que caracteriza a la conciencia, de ese manifestarse solo ante sí misma, se sigue necesariamente que la conciencia no tiene ningún “aquí” que le pertenezca. La conciencia no tiene ubicación espacial.

Siempre que percibo mi conciencia la encuentro “aquí”, y ese “aquí” es distinto cada vez ya que depende de las posiciones que mi cuerpo encuentra en el espacio al desplazarse por él. Y, aún quieto el cuerpo, como los paisajes imaginarios se suceden, cuando quedo envuelto en la fantasía y pierdo la referencia corporal, el “aquí” desde el que contemplo esos paisajes se desarraiga del entorno físico y se ve modificado, cuando no muta con el paisaje. Por tanto, la sucesión de los “aquí” en que percibo mi conciencia disuelve sus diferencias al punto de que el “aquí” es la referencia a la circunstancia en que percibo participando a mi conciencia.

Todo “aquí” es una referencia externa que no es útil para designar la conciencia, ya que la conciencia se da más acá del “aquí” situacional. Y, como posibilidad, se da en todos los “aquí” posibles para mí a lo largo del tiempo y del espacio imaginable. En todo caso, no es el “aquí” lo que refiere a (sirve de señal de) la conciencia, sino que es la conciencia la que refiere al (sirve de señal del) “aquí”. Porque la conciencia siempre está poniendo una referencia. Y más, porque es espontáneamente posicional[4], es el “aquí” lo que se da a partir de la conciencia.El “aquí” resulta de la diferenciación que la conciencia hace respecto del “allí” (cualquier lugar que no es este aquí).

Se podrá objetar que la conciencia se da en un cuerpo que le sirve de referencia espacial para identificar la circunstancia, y que funciona como una suerte de “aquí” móvil que se desplaza. Desde el punto de vista de la vivencia, esto es relativo, porque en tanto la conciencia es conciencia de algo, solo tenemos referencia de ella en función de ese algo: porque ese algo se da a la conciencia es que podemos captar su “movimiento” y esa captación no se da precisamente en el modo de la presencia.

Trato de captar mi conciencia en este momento: puedo hacerlo apoyándome, por ejemplo, en el texto material, sea en la hoja de papel como objeto de mi atención o en el texto que veo. En este caso tengo que renunciar a captar el sentido de las palabras, habré de limitarme a deslizar la mirada sobre las letras sin leer, intentando captar la mirada que lee.

Si reitero el esfuerzo puedo comenzar a captar que, por detrás del foco de mi atención (el texto), y como entre éste y yo que miro, algo borroso y difuso lo desborda, algo más parecido a una sensación que a una imagen visual.

Nikolai Vasilievich Nevrev – Boyar on the Porch – (MeisterDrucke-70694) – Dominio público

Reiterando el ejercicio puedo tener la evidencia de que no solo está el texto, no solo percibo el texto. Efectivamente, hay un estar conciente que aparece de este lado. Como si estuviera detrás de mí que estoy frente al texto, por momentos como entre éste y mi leer, por momentos en copresencia pero siempre “de este lado”, del lado de la mirada que enfoca el texto.

Pero esa percepción difusa es la más directa que puedo tener de la conciencia, de esta conciencia que se agita en este mi cuerpo, aquí y ahora, y no puedo mantenerla mucho más que un instante.

No es posible aprehender la conciencia de manera directa, como si fuera la percepción de un objeto externo, que se presenta como independiente de la mirada.

No obstante, a partir de la reiteración de esta percepción interna puedo formalizar una representación aproximada de la conciencia que luego pueda reconocer como semejante. Con ella puedo trabajar “sobre la conciencia” para conocerla. Pero no lo hago del modo que puedo hacerlo sobre la imagen de un unicornio, el vientre de un sapo o el concepto de Derecho. Porque no es fantasía, ni materia, ni idea. Éstas son creaciones de la conciencia. Más que todo eso, es darse cuenta de todas y cada una de ellas. Por lo que la conciencia es la tenue sensación interna de su actividad. Para mí, que la percibo. Es el darme cuenta de ese darse cuenta de sus creaciones y de sí misma.

Entonces, no aprehendo la conciencia en sí misma en ese construir la representación de la conciencia a través de las distintas percepciones que tengo de ella para abstraer el concepto correspondiente,.

No obstante esta dificultad, la actividad de la conciencia es el único fenómeno que puedo percibir en su intimidad, bien que en el modo de “esta”conciencia que se da aquí y ahora, aprehensible de ese modo difuso.

Con mi conciencia pasa algo que no ocurre con el resto de los objetos: puedo aprehenderla desde adentro, puedo rozar el propio ser de la conciencia. Esta es una evidencia que jamás podré tener con las piedras, las plantas, los animales, que seguirán permaneciendo allí “afuera”. Tienen un ser que quizás me sea ajeno, que se muestra opaco a mi mirada, inaprehensible al menos para éste, mi actual nivel de desarrollo perceptual.

De modo que la conciencia no tiene un “aquí” que le corresponda, porque, en tanto conciencia de algo, se tiñe con el objeto que se le presente. Por tanto, aún cuando busque en el mismo cuerpo que sé portador de una conciencia; interrogada que fuere por su identidad -buscando el cotejo a través de los atributos que pueda describir de sí misma-, siempre habrá una variación inducida por el objeto que se da en cada momento. Por tanto, me encontraré con que la conciencia que es en el momento de inquirir por ella o, incluso, en cada uno de los momentos que pueda durar el inquirir, ya no es en el momento de responder.

De modo que la conciencia no se da en el espacio, sino en el tiempo. En cada instante se da de un modo único, irrepetible en la totalidad de sus atributos. Esto no niega la posibilidad de repetición de la mayoría de ellos, lo que configura la base elemental de su identidad.

Esa mayoría de atributos permanece constante aunque fluctúe. Muy fuertemente, se funda en la referencia al cuerpo. Esos atributos constantes aportan la vivencia del yo y permiten que me reconozca a mí mismo en el transcurso del tiempo.

Además, me encuentro con que la conciencia tiene una manifestación que podría describir como funcional: siempre que la percibo la encuentro en funcionamiento,jamás está quieta. Aún en el modo aparente de la quietud, la misma percepción de esa quietud indica que la conciencia está funcionando.

De modo que más que con un objeto, con algo que yace allí ante nuestra mirada, me encuentro con una actividad. Este sujeto activo que soy, puede ser convertido en objeto de estudio.


[1]El discurso del Método, cap. IV. El “cogito ergo sum” sería traducido más adecuadamente según el sentido actual de lo que describe Descartes como pensar, algo así como “tengo vivencias, por tanto, soy”, ya que pensar para Descartes no es una actividad meramente intelectual. Dice que él es “una cosa que duda, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que también imagina y que siente” (Meditaciones Metafísicas, Med. II, 10° párrafo). Ese pensar en sentido amplio, es la actividad de la conciencia. Claramente define el pensamiento: “por el nombre de pensamiento, comprendo todo lo que está en nosotros de tal modo, que somos inmediatamente concientes de él”, en Med. Metaf., Razones que prueban la existencia de Dios…, GF-Flammarion, p. 285 (la traducción es mía).

[2] “En la medida en que la conciencia se hace, no es sino lo que se aparece a sí misma”. Jean Paul Sartre, Teoría de las emociones, Ed. Alianza, cap. II, p. 70.

[3] “…lo primero que se requiere es aclarar lo peculiar de la experiencia y en particular de la experiencia pura, de lo psíquico… Damos preferencia, naturalmente, a la experiencia más inmediata, la cual nos descubre en cada caso nuestro propio psiquismo. La actitud de la mirada experimentadora sobre nuestro psiquismo se lleva a cabo necesariamente como una reflexión, como vuelta de la mirada dirigida antes a otra parte. Toda experiencia admite una reflexión semejante, pero también cualquier otra manera de estar ocupados con cualesquiera objetos reales o ideales, ya sea pensando o, en los modos de la emoción y la voluntad, valorando, aspirando. Así, cuando estamos en actividad consciente directa, están ante nuestra mirada exclusivamente las respectivas cosas, pensamientos, valores, metas, medios, pero no el vivir psíquico mismo en el cual son para nosotros conscientes como tales. El vivir psíquico mismo solo se hace patente en la reflexión.” Edmund Husserl, El artículo “Fenomenología” de la Enciclopedia Británica, en Invitación a la Fenomenología, Paidós/I.C.E.-U.A.B., pp. 37/38. “… la conciencia es para sí misma, es la distinción de lo no-distinto, o autoconciencia. Yo me distingo de mí mismo, y así es inmediatamente para mí que esto distinto no es distinto para mí. … Vemos que en lo interno del fenómeno el entendimiento en efecto no conoce nada más que el fenómeno mismo, pero no como es en tanto juego de las fuerzas, sino que más bien según este mismo juego de fuerzas es en sus momentos absolutamente universales y en el movimiento de estos momentos, y que de hecho solo el entendimiento experimenta por sí mismo.

[4] Sartre, Jean Paul, “El Ser y la Nada”, Ed. Losada, p. 18: “Toda conciencia es posicional en cuanto que se trasciende para alcanzar un objeto, y se agota en esa posición misma: todo cuanto hay de intención en mi conciencia actual está dirigido al exterior…”.

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