El Mundo [I]

Nestor Tato

1. El punto de vista

La visión del mundo que incorporó mi generación (1948) en su etapa de formación (1954/74) resulta deficiente para comprender procesos. El punto de vista racionalista e individualista que la determina, da como resultado una Historia estructurada como una sucesión de biografías. En ella, los conjuntos humanos sirven de coro y público para esas existencias singulares. De ese modo se implanta en el imaginario colectivo modelos individuales como matrices de proceso: lo que importa es el individuo, no el conjunto. Por tanto, uno tiene que descollar, sobresalir, ganar poder. Eso, sin perjuicio del pulido que los historiadores hacían de esas biografías, como si tuvieran que ofrecer modelos de virtud en lugar de hacer la crónica de existencias reales.

La realidad histórica es otra: ninguno de esos personajes podría haber sido lo que parece sin el concurso de los seres que coexistieron “a su sombra”.

La formación intelectual de mi generación se dió de acuerdo a la tradición racionalista-analítica que, con sus métodos inductivo y deductivo, opera desde la visión de un mundo inmóvil, ajena a la dinámica de la realidad social que congela en función de los intereses del observador, aun cuando pretenda incluirla.

En esa tradición se destaca el punto de vista objetivista: las cosas son de una manera que podemos conocer solo desde afuera[1]. Esto nos fija un emplazamiento vital que corresponde al rol de observadores de la realidad, objetivándola[2]. Esta actitud que suena a teórica, en la vida cotidiana es la matriz de la cosificación de los demás.

Desde ese punto de vista, nuestros conocimientos no responden a nuestras necesidades existenciales de operar sobre la realidad. Esto, dicho sea para la generalidad, porque para los grupos que sostienen ese discurso les resulta muy útil para mantener el esquema de dominación.

Como existentes nuestra situación es vivir[3]. Y vivir es operar la realidad. Operar “sobre” la realidad es una expresión que se adapta a la visión común de un operador separado del mundo. Lo cierto es que operamos la realidad, la reproducimos o generamos.

Existe una primera determinación de la realidad a través de lo que las fuentes autorizadas dicen que es. Y esas fuentes son las que producen conocimiento. Y lo hacen desde un emplazamiento externo. Los conocimientos que surgen desde ahí están determinados por “la realidad del objeto”… que el mismo conocimiento establece y no precisamente porque la posición del observador sea relativa. Dada esa determinación, es el operador quien tiene que someterse a las condiciones objetales en lugar de (como tendría que ser) someterse el objeto a las necesidades del operador. Esta posición ideológica impone una situación básica de inferioridad a quienes carecen de conocimiento y establece una gradación jerárquica de los conocimientos.

Existe otra determinación de la realidad bastante más difundida. La mayoría resuelve el problema que genera la falta de conocimiento completándola con la fantasía, la acomodación caprichosa de los datos o la degradación del conocimiento, que ensalza “la universidad de la calle”. De esto se sigue una notable desadaptación al proceso histórico porque el imaginario se empobrece abandonando las alturas abstractivas que se habían alcanzado. Pero eso es otro tema.

Por último, quiero dejar apuntado que todo observador de la realidad social forma parte del fenómeno que observa[4], por tanto, toda acción que realice no solo va a incidir sobre lo observado, sino que, directa o indirectamente, va a incidir sobre él mismo.

Desde este punto de vista, entiendo que necesitamos un esquema de la realidad social que articule los conceptos teóricos con la realidad cotidiana.

Y necesitamos también que nos incluya en su definición, facilitando esa operatividad.

2. Las instituciones como organización del tiempo

En tanto la cultura es la actividad conjunta de las conciencias y éstas, a su vez, son organizadoras del tiempo, la cultura es organización del tiempo.

La necesidad de satisfacer las necesidades comunes fue organizando el tiempo de quienes participan de ellas y dando origen a las instituciones. Estas sonfunciones colectivas transmitidas por la costumbre y finalmente reguladas por una norma jurídica. De modo que las instituciones organizan el tiempo de susparticipantes, y en este sentido me refiero a toda actividad colectiva, centralizada o no[5].

En las instituciones centralizadas hay un núcleo organizador del conjunto: es el núcleo de poder, y desde el punto de vista del transcurrir, el poder es la facultad de organizar el tiempo de otros.Así, desde un funcionario cuyo poder deriva de la ley hasta un predicador que convoca a seguidores y curiosos, ambos ejercen poder en la medida que organicen el tiempo de los demás.

La obediencia es, desde este punto de vista, poner el tiempo personal a disposición de otro a quien se le reconoce poder para organizarlo.

3. La soberanía originaria

Según la teoría clásica existe una soberanía política ejercida por funcionarios en virtud de la delegación del pueblo, que es el titular de la soberanía. Éste “está por sobre” el poder de decisión de los individuos que lo componen. Habría una soberanía originaria, en tanto poder de organizar el tiempo, que es la del individuo y está por sobre cualquier otro poder en lo que hace a disposición de su tiempo. Esta facultad es delegada tácitamente en el conjunto por imperio de la vida en sociedad.

Este razonamiento carece de fundamento en la realidad porque el individuo nace en el seno de un grupo social y merced a la interrelación se va desarrollando como persona.

Lo humano se constituye y desarrolla en comunidad, no en aislamiento, y tiende a una autonomía de decisión en la participación, como dirección evolutiva.

Es la dialéctica entre lo colectivo y lo personal lo que va fundando la autonomía del individuo, lo que despierta en él y ejercita su capacidad de autodeterminación, generando el sentido de la libertad.


[1] Esta diferencia en el punto de vista es radical. Carlos Cossio la destaca al sintetizar las diferencias entre lo óntico y lo ontológico: “…digamos que ónticamente vemos al ente desde afuera, con pasividad (idealmente total), en forma contemplativa, tocados por su presencia y por nada más, en tanto que ontológicamente el ente es visto desde adentro de él mismo, merced al despliegue de una actividad que lo proyecta como logos sobre la evidencia irrebasble de que todo cuanto existe, existe consistiendo en sí. ‘Óntico’, adjetivo de ente, toma su significado de la existencia en sí de las cosas; esta existencia es un dato independiente de lo que el hombre puede saber acerca de ella; nuestro pensamiento ni la hace ni la deshace. ‘Ontológico’, adjetivo de ser, corresponde a la interpretación que el hombre da cuando se pone en la tarea de descubrir la esencia de las cosas. En tal sentido, claro está, no aparece el ser de las cosas sino frente a un espíritu que las contempla también como ser, siendo ese espíritu quien lo declara. Obviamente el problema del sr corresponde así a una función del ser del espíritu que lo declara; y con tal alcance ni la pregunta ni la respuesta son algo independiente del hombre.” La ‘causa’ y la comprensión en el Derecho, p. 141, nota 56,Juárez Editor, 1969, Desde un extremo de radical negación de la conciencia, Donald Davidson, en El mito de lo subjetivo, incluído en Mundo, mente y acción, Paidós-I.C.E./U.A.B.: afirma que: “La evidencia, de la que dependen en último término los significados de nuestras oraciones y todo nuestro conocimiento, está constituída por las estimulaciones de nuestros órganos sensoriales. Estas estimulaciones representan las únicas claves on las que cuenta una persona acerca de ‘lo que ocurre a su alrededor’” (p. 55), y más adelante es más contudente aún: “Si lo dicho es correcto, la epistemología… no tiene necesidad básica alguna de ‘objetos de la mente’ subjetivos, puramente privados, ya sea en calidad de experiencia o de datos sensoriales no interpretados, por un lado, o de proposiciones plenamente interpretadas, por otro. Contenido y esquemas… , se presentan en forma pareja; podemos, pues, dejar que desaparezcan juntos. Una vez dado este paso, no quedarán ya objetos con respecto a los cuales pueda plantearse el problema de la representación. Las creencias son verdaderas o falsas, pero no representan nada. Es una buena cosa librarse de las representaciones, y con ellas de la teoría de la verdad como correspondencia, ya que es la idea de que hay representaciones lo que engendra los pensamientos relativistas.” (p. 62).

[2] El descubrimiento que los físicos hicieron de la influencia del observador sobre la realidad observada vino a quebrar ese supuesto básico de la objetividad, liquidado definitivamente por las investigaciones del cognitivismo. Humberto Maturana, El sentido de lo humano; Francisco Varela – Jeremy Hayward, Unpuente entre dos miradas, Ed. Dolmen.

[3] “La nota más trivial, pero a la vez la más importante de la vida humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en la existencia. La vida nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo, Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer.”, Ortega y Gasset, “Historia como sistema”, I, Ed. Austral.

[4] “Desde la perspectiva sistémica, el actor humano forma parte del proceso de realimentación, no está separado de él”, Peter Senge, La Quinta Disciplina, Ed. Granica, p. 104.

[5] “La institucionalización aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores. Dicho de otra forma, toda tipificación de esta clase es una institución”, Peter Berger-Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Amorrortu ed., p. 76, y en nota 21: “Nos damos cuenta de que este concepto de institución es más amplio que el que prevalece en la sociología contemporánea. Pensamos que este concepto más amplio resulta útil para un análisis comprensivo de los procesos sociales básicos”.

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