Ernesto Guevara, un guerrillero que valía más que 300 soldados

Oleg Yasinsky para RT en Español October 09, 2023

Inmediatamente después del asesinato del Che Guevara, el mundo volvió a ser el mismo de antes. Su cuerpo inmóvil, limpio de sangre e incluso bañado, ocupó un lugar privilegiado en una mesa-pedestal de una lavandería de Vallegrande, en Bolivia. Abajo en el suelo quedaron tirados sus compañeros, los guerrilleros Willy (el boliviano Simón Cuba), y Chino (el peruano Juan Pablo Chang Navarro), fusilados al lado del Che, en la misma escuelita de La Higuera, sucios, deshechos, desfigurados por el horror de la muerte.

El Che, seguramente, hubiera preferido un lugar entre ellos, en el suelo, sin arreglos ni maquillajes, asumiendo de pleno la realidad de la derrota, sin querer ser convertido en un nuevo Cristo guerrillero, ni en un San Ernesto de Los Pobres, ni en una estampa para millones de camisetas de las generaciones venideras. Si hay algo que él no soportaba en la vida, eran los privilegios del poder y de la fama, algo que le tocó inmediatamente después de morir, en esa improvisada miniferia de trofeos del Ejército boliviano.

El cuerpo humano como el campo de batalla ideológica

El cuerpo humano como el campo de batalla ideológica

Una maestra de Vallegrande llamada Daisy Rosado, quien en aquel entonces era una niña de 8 años, junto a sus cientos de vecinos, fue también a ver a los guerrilleros muertos, exhibidos a la prensa y a los habitantes del pueblo por los militares. Hace unos años ella me contó: «Mi papá me decía que un guerrillero vale más que 300 soldados. Yo, como niña imaginaba que eran grandes, inmensos… y cuando lo veo arrebatado, normal… grande pero normal, vuelvo a la casa y cuando veo a mi padre le digo: ‘¿Por qué me engañaste? No eran grandes, eran como nosotros…'». También cuenta, que, con sus ojos abiertos, el Che la seguía con la mirada por toda la lavandería. «Otros le tiraban su pelo medio crespo, y él no reaccionaba… Como él estaba descalzo le apreté el dedo gordo del pie y ni se movió. Después vi que su cuerpo estaba cocido y tenía unos moretones de las balas… y entonces entendí, que no estaba vivo…».

Es increíble la infinita capacidad que tiene este sistema para apropiarse de todo, penetrarlo y podrirlo todo desde dentro. Sobre el Che se escribieron miles de inventos y calumnias de todo tipo, pero siento que el mayor daño a su herencia y a su pensamiento lo ha hecho la banalización de su imagen, convirtiéndolo en un lugar común, en un cliché o en una marca registrada.

Si la revolución es el proceso de cuestionamiento y de destrucción de verdades establecidas, el seguimiento ciego de las frases y de los gestos personales de los líderes es un acto contrarrevolucionario. El pensamiento crítico no puede ser una moda, al igual que la conducta ética no debe ser un acto remunerado.

Fidel sobre la OTAN

Con el pasar de los años y con el pasar de la generación de los que conocieron a Ernesto Guevara personalmente, existe el riesgo de que nuestra memoria se enfríe y las biografías oficiales nos dejen un retrato maquillado y muerto. Fidel Castro, como buen hombre prevenido que vale por dos, antes de morir, dejó un testamento que prohibía darle su nombre a las calles y plazas de Cuba, entendiendo que el sentido de su vida había sido otro. La historia del Che, al parecer, tuvo un ritmo que no dejó tiempo para pensar en la protección de su imagen, para cuidarla del secuestro que el enemigo hizo de ella, algo que no previó nadie en aquellos tiempos.

¿Y ahora, por qué el Che? ¿Cómo separamos hoy a ese ser humano de tanto bronce y tanto granito? ¿Cómo lo arrancamos de estas superestructuras que aplastan el aliento vivo del Che? La ‘memoria popular’ fácilmente se confunde con la mitología, y ahora menos que nunca necesitamos de mitos, necesitamos lo humano ¿Qué es lo que hoy tanto nos inquieta de su figura? ¿Solo su importante rol de dirigente político, sus convicciones antiimperialistas, su coherencia personal o sus talentos como comandante guerrillero? No lo creo.

Ernesto ‘Che’ Guevara fue en la historia latinoamericana quien mejor nos explicó, o por lo menos, quien nos hizo entender, que el único camino para hacer una revolución y cambiar la sociedad humana era construir un hombre nuevo.

La construcción de ese hombre nuevo es la primera y única condición para que llegue a ser posible un profundo cambio histórico. Ese Che humanista, que, desafiando todas las lógicas y absurdos de la lucha armada, de la sociedad capitalista que embrutece y lumpeniza al ser humano, siempre lograba hacer ver a los demás la luz y el fuego de otros tiempos. El Che, que, a pesar de las conveniencias tácticas y estratégicas, se negaba a disparar a los «soldaditos» enemigos, contra toda la lógica de la supervivencia guerrillera, insistía en buscar a la columna perdida de Joaquín, negándose a creer en su muerte. Unos años antes, en un medio hostil como fue el Congo, y bajo el mando de sus políticos corruptos, estuvo dispuesto a morir por la liberación de África. Previo a su viaje a África criticó a la Unión Soviética de principios de los años 60, por su confusión ideológica: «…al dogmatismo intransigente de la época de Stalin ha seguido un pragmatismo inconsistente…» y prediciendo la restauración del capitalismo en la URSS, vivió siempre probándose esta camisa del hombre nuevo, consecuente, exponiendo a las balas su propio cuerpo. 

Cuando conocí en La Habana a su hijo mayor, Camilo, un gran ser humano que nos dejó hace poco más de un año, sentí algo muy extraño. En la oficina donde yo lo esperaba, entró una copia de su padre, un poco mayor, más rellena y pelirroja. Pero la mirada era la de las fotos que conocemos. Algún atavismo religioso se removió en mí. Y aunque nunca me gustó tomarme fotos con los famosos, algún otro rudimento del hombre no-nuevo, me hizo proponerle que nos sacáramos una foto. «¿Será realmente necesario?», me preguntaron los ojos del Che, y me dio vergüenza. El hombre nuevo no necesita fetiches.

Desde esta clarísima y muy alta vara del hombre nuevo me violentan mucho las imágenes y los retratos del Che en uniformes, pañuelos y avatares de tantos que lo utilizan como indulgencia para su propia pequeñez.

Los guerrilleros colombianos o palestinos con el Che en sus banderas poniendo bombas para matar civiles, los ejecutivos cubanos del turismo que bajo el retrato del Che exigen «regalitos» para «resolver», jamás supieron nada del Che. La vida y la muerte del Che fue primero que nada para que esto dejara de ser posible. Lo central del Che es su definición de la necesidad del «Hombre Nuevo», una idea que lo incluye todo. Si no construimos este hombre nuevo, nada tiene sentido, porque por nuestra experiencia histórica de los últimos años sabemos con qué facilidad y rapidez se reproduce el pasado, que fácil es controlar los medios, idiotizar a las masas y devolvernos a las cavernas. Las ideas del Che son la mirada hacia una dirección diametralmente opuesta a la tendencia masiva-oficial del pensamiento y, obviamente incomprensible para todos los creyentes en el sistema.

No estoy proponiendo aquí sustituir la creencia en el sistema por la de San Ernesto de la Higuera. Obviamente, no tengo cómo saberlo, pero pienso que al Che le molestaría muchísimo una cosa así, al igual que la pretensión de «ser como el Che».

La tarea del hombre nuevo es mucho más difícil: es ser uno mismo cada día y cada minuto, limpiándonos de mentiras y pequeñeces que nos inculca el sistema para no dejarnos crecer. Crecer para llegar a ser cada uno de nosotros más grande «que 300 soldados» de los que mataron al Che, como le explicó a la niña Daisy Rosado su papá.

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