Tradicionalismo y religión

Silo

La conciencia religiosa está relegada, conectada con la trascendencia y el estado de sumisión. La dependencia de Dios y el respeto por Dios y sus mandatos, que experimenta el hombre religioso, se explican en términos elementales, en términos de inferior y superior, de la parte y del todo, del padre y del hijo.

El hombre religioso se siente arrojado de un antiguo paraíso y a sus ojos, el pasado está lleno de sentido. Es un ser caído que reencontrará su origen a través de los esfuerzos y las (dependencias) desgracias presentes.

El futuro para él, es más bien un reencuentro con el paraíso (pasado). Todo lo existente obtiene su derecho sólo por voluntad divina. Lo actual, en consecuencia, se justifica por lo pretérito. Ese es el sentido de la conciencia tradicionalista, sentido de perpetuar al pasado y de mantener el orden divino.

Obsérvese que no explicamos el origen de la religiosidad en el hombre, sino más bien, que tratamos de describir ese estado de conciencia.

Formalmente, encontramos en las religiones los siguientes elementos:

  • Una Teología: (rudimentaria o esplendorosa)
  • Una Iglesia: (o institución que conserva e irradia la tradición, con su organización y jerarquía).
  • Una liturgia: en la que se especifica:
  1. Culto
  2. Los sitios santos
  3. Los objetos santos
  4. Las acciones santas, tales como signos litúrgicos (lenguaje, cantos, señales, actitudes, pascua, Pentecostés).

Finalmente, encontramos una Casuística o Teología Moral, a veces un Derecho y una visión del hombre y de la Historia.

Así, en la vida del Tradicionalismo aparece la Teología, la Iglesia y la Liturgia expresándose en las acciones diarias de los hombres. Todos los actos encuentran santificación desde el nacimiento a la muerte. Es el «mundo» entero, en esta edad, el que tiene que ser santificado por su impureza.

El cuerpo mismo debe purificarse y esto se logra mediante el ayuno, las mortificaciones, el ascetismo. En suma, mediante el esfuerzo de la voluntad en los religiosos y por medio del entrenamiento y la guerra santa en los nobles.

Esta edad en sus tres épocas será de organización, de expansión y de detenimiento, y ese triple proceso irá sufriendo el espíritu religioso.

En las tres épocas se marcan los momentos de jóvenes, de maduros y de viejos. Así, el último momento de la época de organización será de viejos, en cierto sentido de declinación. Una nueva generación marca el cambio de época iniciando la expansión del tradicionalismo en un mundo más organizado. Esa expansión se inicia con gran energía, se consolida con vigor y luego empieza a detenerse, a fijar límites, a necesitar de justificaciones y de argumentos para conservarse como situación de derecho.

La nueva generación (o generaciones) hace irrumpir el tercer momento, se mueve ya con el desgaste histórico de toda la edad que marcha hacia la declinación. Luego ese estadio se expande y, finalmente, el conjunto de creencias que dio su signo al Tradicionalismo, entra en disolución.

Es la conciencia tradicionalista la que se desarrolla del modo antes dicho, pero por ley de concomitancia, sabemos que además la política, el arte, la economía, la filosofía, etc. se expresan de igual modo. Y no podría ser de otra manera. En el interior de un sistema, el movimiento de las funciones es relativo al movimiento total.

No tenemos necesidad de buscar causa y efecto, comprendiendo el fenómeno con la óptica global. La disolución de la edad tradicionalista se está operando. En su interior, el racionalismo hace las primeras armas.

Hemos dicho que lo característico de aquel lapso era la religiosidad, en algún sentido, la voluntad.

Esto no excluye la ciencia ni la magia y muchos ejemplos de este tipo encontramos en ella. Magníficas expresiones científicas y organizaciones muy racionales se manifiestan en todo el camino. Igualmente, la superstición, la brujería y las sectas se desarrollan con algún vigor. Pero ambas, ciencia y magia están teñidas de religiosidad.

Estamos demasiado acostumbrados a ver las dualidades en todas las cosas. Pero a esta altura de nuestro pensamiento no podemos pensar en términos excluyentes. El espíritu tradicionalista no es incompatible con la ciencia ni con la magia. La voluntad no excluye la razón ni la emoción. Sabemos que la conciencia es una estructura. Lo mismo sucede con la Historia.

Por otra parte, ni la conciencia ni la Historia poseen divisiones en su interior. Son estructuras con distintas expresiones en cada instante.

Debemos observar que el modo de expresión característico de cada edad es la tradición, la razón y la desilusión, pero que no se excluyen entre sí. En nosotros mismos debemos experimentar esto que pasa en las civilizaciones. Desafortunadamente, el afán de aclarar problemas nos lleva a un excesivo esquematismo que induce a error.

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