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SPUTNIK – Valdir da Silva Bezerra
Los conflictos armados modernos se han caracterizado por su larga duración y la enorme cantidad de recursos que requieren los bandos enfrentados. Lo que Immanuel Kant denominaba la «barbarie» de las guerras ha vuelto a formar parte de la vida cotidiana de muchos, tanto si hablamos de Europa del Este como de Oriente Medio.
Sin duda, la falta de un plan político claro que apunte a una solución pacífica en ambas regiones es una de las principales razones por las que las guerras contemporáneas han durado tanto tiempo. El general prusiano Carl von Clausewitz, considerado uno de los principales teóricos militares del siglo XIX, caracterizaba la guerra como «un acto de fuerza para obligar a nuestro enemigo a hacer nuestra voluntad«, por lo que hay que tener en cuenta dos cosas al analizar esta afirmación: qué grado de fuerza se aplicará y qué voluntad se impondrá al enemigo. Hoy en día, tanto el primer factor como el segundo no parecen estar tan bien alineados como en el pasado, lo que provoca la prolongación de los conflictos.
Además, entre las muchas otras razones que también explican esta tendencia está la falta de voluntad política entre las partes beligerantes para una rápida resolución. Desde la guerra emprendida por Occidente contra Rusia en Ucrania hasta la guerra de Israel en Gaza, vemos claramente la ausencia de un compromiso político por parte de los principales actores implicados para poner fin a las hostilidades en curso.
La historia, a su vez, nos muestra que son necesarios enormes sacrificios humanos para que una guerra llegue finalmente a su conclusión, un síntoma que parece estar en juego de nuevo en este caso. Por ejemplo, es bien sabido que Estados Unidos está implicado indirectamente en ambas guerras, ya sea en Ucrania o en Gaza, actuando como principal financiador de Kiev y del Gobierno israelí, sin mostrar ningún interés en negociar una solución diplomática a estos conflictos. No es de extrañar que veamos cómo Washington ha tratado de evitar el diálogo con Rusia sobre Ucrania, del mismo modo que ha tratado de ignorar los llamamientos de la comunidad internacional para un alto el fuego en Gaza.
Otra razón de la inercia de las guerras actuales es el desajuste entre los medios aplicados y los fines perseguidos. En el primer caso, por ejemplo, a pesar de la clara disparidad de fuerzas a favor de Rusia en relación con Ucrania, el Ejército ruso se ha mostrado militarmente cauto, evitando utilizar todos los recursos convencionales a su alcance, dada su preocupación por la población ucraniana. La preocupación por la población palestina, por otra parte, no ha sido un factor considerado por Israel en el contexto de sus operaciones en Gaza. En última instancia, Moscú ha empleado un tipo de acción militar dirigida a debilitar gradualmente a Ucrania, minándola económica y moralmente, con el fin de hacer que Kiev entre en razón y vuelva a la mesa de negociaciones. Israel, por su parte, ha utilizado medios desproporcionados para alcanzar sus objetivos, que, según Netanyahu, pasan por la neutralización total de Hamás en Gaza.
En Oriente Medio, además, Estados Unidos contribuye activamente al gasto militar de Israel, proporcionándole un apoyo político casi incondicional, incluso a costa del indecible sufrimiento de los palestinos, amplificando así la intransigencia de Tel Aviv frente a los clamores de la comunidad internacional.
Israel ya ha declarado que el conflicto de Gaza es un juego de suma cero, lo que significa que no debe caber negociación alguna con Hamás. Además, la fuerte dependencia palestina de los suministros de agua y electricidad de Israel agrava aún más el problema, permitiendo a Tel Aviv prolongar la guerra todo el tiempo que necesite.
Otro factor importante que hay que destacar cuando hablamos de las guerras actuales es el aspecto territorial de los conflictos. En la cuestión de Europa del Este está claro que Rusia no renunciará a sus nuevos territorios obtenidos en septiembre de 2022, mientras que las autoridades de Kiev insisten en volver a las fronteras ucranianas de 1991. El deseo poco práctico de Zelenski de restablecer el control sobre Crimea y Donbás hace que su posición negociadora adquiera un carácter maximalista, lo que dificulta mucho las perspectivas de paz. Al mismo tiempo, Ucrania corre el riesgo de enfrentarse a una de las situaciones económicas más complicadas de su historia cuando finalicen las hostilidades, debido a la necesidad de restablecer su infraestructura y, en particular, la deuda que ha contraído con Occidente.
Además, desde un punto de vista económico, tanto las guerras de Europa del Este como las de Oriente Medio están inextricablemente entrelazadas con el complejo militar-industrial estadounidense, cuyos contratos con los Gobiernos de Kiev y Tel Aviv se han vuelto muy atractivos para este segmento. Las guerras actuales, por tanto, son mucho más complejas que en el pasado precisamente porque en ellas intervienen los intereses de empresas privadas estadounidenses que se benefician de la venta de armas al extranjero, cuyo lobby en el Congreso es tan fuerte que influye en las propias políticas adoptadas por el Gobierno de Washington.
Por desgracia, mientras los «mercaderes de la muerte» se lucran, las guerras se perpetúan y el número de víctimas inocentes de estos conflictos no deja de aumentar con el tiempo. Por si fuera poco, la destrucción generalizada de ciudades enteras, la emigración forzosa de parte de la población local a otros países y regiones, la subsiguiente recesión económica y los diversos registros de desolación crecen día a día en una espiral sin fin. Así, a medida que evolucionan estas guerras modernas y que organizaciones internacionales como la ONU se muestran ineficaces ante la situación, el mundo asiste a la aterradora perspectiva de su resolución indefinida. La sensación que queda, pues, es que estas guerras son verdaderamente «perpetuas» mientras duran, sobre todo para los directamente afectados por la destrucción y el caos que provocan.