Desde niños nos acostumbraron a pensar que no hay nada más antiintelectual que el fascismo. Recordemos que en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, uno de los últimos intentos de evitarla fueron varios foros internacionales de intelectuales antifascistas, cuyos protagonistas fueron los mejores escritores, poetas, pintores y científicos de la época.
En la cultura rusa primero y después en la soviética, se usó mucho el término ‘inteliguentsia’, para definir así al grupo social dedicado no solo a las actividades intelectuales y creativas, sino a aquellos portadores de la cultura, de una profunda sensibilidad social, gente erudita, enciclopédica, comprometida con su pueblo, con las ideas de la justicia, muy humilde y a la vez brillante. Era una definición más para una actitud ética que de clase social. En los años 20 del siglo pasado también surgió el término de la ‘inteliguentsia soviética’, nacida de una revolución obrera y campesina, que pretendía superar las diferencias entre las clases con el avance de la ciencia y la cultura socialista y humanista. Seguramente su origen está en la gran literatura rusa de fines del siglo XIX, sus creadores eran muy críticos al sistema social zarista, comprometidos con todas las causas revolucionarias de la época y profundamente creyentes en que la educación para el pueblo lo cambiaría todo. En aquellos tiempos la palabra ‘utopía’ tenía una connotación tan poética y esperanzadora, muy lejos de ser un sinónimo de ‘absurdo’, como lo es hoy.
Dicha ‘inteliguentsia soviética’ junto con los obreros y campesinos de ese enorme país construyeron su grandeza económica, cultural y humana dejando una huella imborrable en la historia universal. Los hijos y las hijas del pueblo humilde llegaron a ser cosmonautas, científicos y grandes artistas, y no de excepción, como en el mundo capitalista sino como regla para la gran mayoría. A pesar de los mil problemas burocráticos, políticos y culturales no resueltos, los humildes supieron construir su país y su historia.Síndrome ucraniano. Anatomía de una confrontación militar moderna
Pero algo raro nos sucedió en aquellos años de la Perestroika. Seguramente, el fenómeno surgió mucho antes, pero solo a fines de los 1980 nos dimos cuenta de la gravedad de los hechos. Cuando el discurso oficial anticomunista se apoderó de los medios soviéticos, una enorme parte de los que considerábamos nuestros líderes espirituales (estos no fueron los dirigentes del partido, sino los actores, músicos, escritores y poetas), los que orgullosamente antes se autodenominaban la ‘inteliguentsia soviética’, muy rápidamente se cambiaron de bando, públicamente condenaron su «terrible pasado comunista» y se volvieron ‘demócratas’ prooccidentales. O sea, dejaron de ser ‘inteligentsia’, ya que seguramente la palabra también les olía demasiado a los soviets y a la pobreza.
Esto pasó en todas las repúblicas de la URSS sin excepción, pero más notorio fue en Ucrania, el país que recibió el doble ataque propagandístico: el anticomunista y el antirruso. El plan completo de destrucción de la URSS, iniciado con la Perestroika consistió no solo en reducir el enorme país conformado por la unión de diversos pueblos, a unos cuántos territorios nacionales destruyendo la integridad de su complejo organismo económico, sino que además tuvo como objetivo enemistar a sus pueblos y borrar de la memoria, su historia y su experiencia común, la de un solo pueblo. Lo han logrado con bastante éxito.
Hace dos semanas murió el gran actor y cantante georgiano Vajtang Kikabidze. Fue amado en toda la Unión Soviética por sus brillantes roles en las mejores películas del cine georgiano soviético. Para muchas generaciones fue uno de los símbolos de la hermandad de nuestros pueblos. Ha sido doloroso saber, que los últimos años de su vida él, activamente dedicándose a la política, insistió en su admiración a la OTAN y a EE.UU., se burló del escudo soviético y reiteradamente contó cómo celebró el fin de la URSS. Convirtiéndose en un enemigo declarado de Rusia, posó orgulloso en la foto al lado del monumento del líder de los nacionalistas ucranianos, colaborador de los nazis Stepán Bandera.
La semana pasada falleció el anciano poeta ucraniano Dmytro Pavlychko, tal vez el más camaleónico de todos en el Parnaso ucraniano. Empezó como un poeta comunista, activo colaborador e informante de los organismos de seguridad soviéticos delatando a sus colegas literatos. Teniendo un indudable talento, llegó a ser uno de los poetas más publicados de Ucrania soviética, escribiendo sobre el Partido y Stalin, luego, después del congreso XX contra Stalin y sobre Lenin, Brézhnev, Fidel, Che y Lumumba, fue uno de los más duros censores ideológicos de la Unión de Escritores de Ucrania, sin su permiso no salía ni un solo libro. Después de la Perestroika y con la independencia de Ucrania se convirtió en uno de los nacionalistas más radicales, extremadamente antirruso, adulador y amigo de todas las autoridades de Kiev. Si lo de Kikabidze es penoso, lo de Pavlychko es simplemente grotesco.
No son casos aislados. Trato de describir la tendencia en la postura de la mayoría de quienes hasta cierto momento fueron nuestros referentes culturales y humanos.
Me acuerdo del poeta Iván Desamparado, el personaje de la inmortal novela de Mijaíl Bulgákov ‘Maestro y Margarita’ (un realismo mágico soviético que se adelantó al realismo mágico latinoamericano unos 30 años). Un genio que murió en 1940 en Moscú y que es perseguido hoy en Ucrania por ser ‘antiucraniano’, ya que nació y vivió en Kiev, una ciudad de habla rusa, y escribía en ruso. La figura de Iván Desamparado con una despiadada fuerza satírica nos dibuja la imagen de un poeta oficial del sistema, miembro de la organización soviética de literatos MASSOLIT (‘Literatura de las masas’), que a cambio de publicar y comer del Estado se dedicaba a vivir lagarteando y produciendo mediocridades.
El sistema soviético de las ‘Uniones de Escritores’ en cada república nacional creó rígidos organismos burocráticos de carrera literaria, que exigían de los autores un ‘compromiso ideológico’. Para la publicación de un primer libro de los poetas jóvenes se les pedía extraoficialmente agregar una ‘locomotora’, o sea un poema sobre Lenin o sobre el Partido para arrastrar así el resto de los textos. Es difícil dimensionar el daño que causó al sistema esta política cultural.
Traemos este tema aquí porque para imaginar un futuro diferente, necesitamos analizar con mucha crítica el modelo soviético y las causas de su fracaso, que sin dudas son múltiples y son más internas que externas. Para que los intelectuales algún día vuelvan a ser la ‘inteliguentsia’, y esta vez, una de verdad.