La modificación del trasfondo psicosocial

Entraremos en materia, refiriéndonos a nuestro conocido tema de las tres vías del sufrimiento; afirmando de inmediato que él nos lleva directamente a la analítica de la representación. En efecto, descartando la representación de memoria y de imaginación, el sufrimiento no podría ser registrado. Tampoco podría registrarse el deleite y, en fin, el ser humano quedaría limitado a fenómenos de dolor y placer de tipo animal, sin más consecuencias que esas. Sin embargo, al poco tiempo se encontraría nuevamente con su sistema de reflejos codificados a nivel vegetativo y motriz, que comenzarían a actuar como una suerte de memoria supletoria. Así, complejificándose cada vez más hasta lograr un nivel similar al trabajo de conciencia normal, con sus respectivas vías, tal cual las conocemos. Hasta podemos suponer, invirtiendo nuestro desarrollo, que ese proceso de reflejos animales ha llevado a seres menos avanzados a lograr con el tiempo el fenómeno de la conciencia humana.

No es posible detener la representación con el objeto de superar el sufrimiento, mientras se efectúan operaciones cotidianas. Y si fuera posible, se detendría con ello la dinámica de la conciencia. Por otra parte, siendo la representación una imagen de respuesta, también quedaría paralizada la actividad en el mundo. Por tanto, cuando hemos explicado el sufrimiento, también hemos indicado como salida y superación, no la eliminación de la representación, sino la modificación de la misma.

Se puede modificar un caso particular de representación. Todos sabemos que esto es posible. Por otra parte, al modificar un caso particular de representación también se habrá modificado un caso particular de conducta. Se habrá logrado superar resistencias opresivas o transferir cargas y contenidos productores de sufrimiento. Pero no por ello se habrá modificado el sistema general de representación y la conducta general frente al mundo. Esa modificación general se habrá ido produciendo a lo largo de un proceso que trascendió a las simples técnicas transferenciales.

Toda representación individual forma parte de un sistema de representación más o menos copresente que varía de acuerdo con las condiciones de los datos de memoria. En otras palabras, que una respuesta al mundo movida por una representación particular se produce suscitada por un estímulo y aquella ha sido seleccionado por un campo de copresencia entre muchas otras representaciones posibles. De este modo, y hablando psicosocialmente, el sistema de copresencias ( en este caso de creencias), pone condiciones entre las que la conducta global de los individuos se mueve con opciones de respuesta como casos particulares de conducta.

El trasfondo psicosocial está impuesto por un código informativo de distintos niveles de lenguaje o, si se quiere, de distintas regiones del sistema de copresencia adquirido desde los primeros pasos del aprendizaje. Se obtendrán entonces respuestas muy tipificadas en sociedades cerradas, y respuestas más variables en sociedades en cuyo trasfondo se fueron incorporando datos de otros ambientes culturales.

El entrecruzamiento de culturas, a medida que se desarrolla, impondrá nuevos nuevos elementos al trasfondo de cualquier sociedad; de manera que ésta empezará a responder conductualmente fuera del paisaje inmediato en que le tocó desarrollarse inicialmente. Desde luego que no sólo las sociedades cerradas se verán afectadas por ese nuevo fenómeno de interpenetración cultural. También las ideologías y las religiones, como formadoras y conservadoras de trasfondos sociales, recibirán el impacto. Y, por cierto, que así como las sociedades más fuertes invadirán el aspecto psicosocial de las más débiles, estas terminarán provocando modificaciones en sentido inverso, siempre y cuando no sean esterilizadas totalmente antes de ser invadidas.

Hasta qué punto una sociedad puede ser cerrada, o hasta qué punto una ideología o religión, hoy puede impedir la interpenetración de copresencias, es un tema de discusión. Pero, en todo caso, el sólo hecho de la utilización de tecnología, aunque fuera usada con intereses limitados, llevará a la interpenetración final. Esto será así, porque aun los objetos tecnológicos son producto de conductas sociales que responden al mundo desde un sistema de representación. Y, todo ello, sin tener en cuenta que tal tecnología abre las conciencias a la comunicación planetaria.

Aun descartando las comunicaciones cada vez más veloces, las telecomunicaciones y el contacto entre personas de regiones distintas, cosa por otra parte imposible, una pretendida sociedad cerrada comenzará a modificar su sistema de copresencias por el trabajo con los nuevos elementos tecnológicos. No será necesario ni la lengua, ni el arte, ni el deporte. Bastará el solo objeto tecnológico para llevar cifrado en él, el trasfondo psicosocial que se quiere negar. El trasfondo que se va integrando por la acción que se efectúa en su paisaje y por la educación que se recibe del medio. Pero, puede modificarse al aparecer objetos elaborados en paisajes ajenos, sobre todo si se comienza a trabajar con ellos en el paisaje propio. Por otra parte, según avanzan hoy los acontecimientos, ya no se puede designar con propiedad aquello que sea el paisaje propio. Esto es lo que sucede empíricamente a nivel psicosocial.

Pero nuestra preocupación se refiere a la modificación del trasfondo psicosocial, en aquello los aspectos negativos que se van incorporando y acumulando en todas las culturas por este acelerado proceso de inter comunicación actual. Sabemos cómo empíricamente opera la formación y modificación de trasfondos. También sabemos cómo modificar conductas particulares, trabajando sobre representaciones particulares. Pero nuestra dificultad está en la modificación del sistema de representación; en la variación del trasfondo en el cual surgen las opciones de representaciones particulares.

Por ello, la pregunta exigida es ésta: ¿ se puede introducir en un individuo, en una sociedad y en un mundo, un factor que haga variar el trasfondo de representación? Y esta pregunta debe ser acompañada por las siguientes condiciones: 1. que ese factor no se introduzca por simple proceso empírico, por simple mecánica histórica, sino por acción meditada y con la finalidad de desplazar los contenidos que constituyen una amenaza para el desarrollo de la vida; 2. que ese factor se pueda introducir superando las resistencias que ofrecen los trasfondos que se quieren modificar. Tratemos de responder positivamente a esta pregunta, sin descartar las dos condiciones mencionadas.

Cuando nosotros trabajamos en la modificación de una representación particular, lo hacemos proponiendo nuevas imágenes que desplacen a las conflictivas. También en casos más complejos, lo hacemos transportando climas indefinidos a nuevas imágenes. En ambos casos, proponemos representaciones que se mueven en un proceso más o menos definido.

Muchas actividades cotidianas, muchas producciones artísticas, algunas ideologías (en tanto se convierten en acción), algunos aspectos de las religiones, y muchos de los sueños nocturnos, proceden empíricamente, ya sea para modificar representaciones particulares o para hacer variar el trasfondo en mayor o menor medida. Pero en todos los casos, los fenómenos se producen por la acción de una nueva representación.

Cuando nos proponemos modificar representaciones particularmente negativas, nos atenemos a las técnicas que conocemos que también incluyen propuestas de nuevas imágenes en un proceso técnicamente llevado adelante.

Pero nuestro entusiasmo decae si pretendemos modificar no ya un aspecto, sino hacer variar el mismo trasfondo de modo sustancial. Y decae porque exige por parte del sujeto una preparación muy grande para comprender la magnitud del cambio que se espera de él. Ampliando los campos, nos veríamos mucho más desalentados si tuviéramos que provocar transferencias a toda la población para, finalmente, obtener de ella modificaciones parciales. Por último, ni siquiera intentaríamos modificar trasfondos en toda esa población.

Así es que nuestro desaliento aumenta a medida que queremos avanzar hacia los grandes conjuntos humanos, en un proceso transferencial que se pueda reconocer vigílicamente y que, para mayor dificultad, transforme no sólo aspecto particulares de prepresentación y conducta, sino que haga variar el trasfondo de dichos conjuntos humanos.

Por otra parte, nuestras posibilidades de éxito son mayores en transferencias individuales que grupales (como en el caso de las experiencias guiadas), que en propuestas a conjuntos humanos en las que no presentamos un paisaje transferencial. Aun en nuestras propuestas individuales o grupales, las imágenes que presentamos se colocan a modo de ficción psicológica, ya que a nadie se le ocurre decir que las experiencias guiadas, por ejemplo, son «reales». De ese modo, el trabajo tiene una dirección vigílica indudable, pero lo desposeemos del motor de la convicción. Y, en el caso de propuestas a conjuntos mayores, ni siquiera hay imágenes sino alusión a estados internos.

Hagamos algunas comparaciones grotescas: no es igual prometer un paisaje celestial, que lleva a un estado de paz y bienaventuranza, o una sociedad feliz, que puede ser imaginada con sus implicaciones, también de paz, abundancia, etc. que presentar un estado de conciencia sin proponer imágenes. Esto último dificulta las cosas, máxime si a esa felicidad hay que lograrla mediante técnica psicológica que descarta de por sí el «motor de la convicción».

Recordemos que según la opinión ingenua, las cosas psicológicas no son «reales» como sí lo son, en cambio, los objetos que se prometen aunque jamás se logren.

Sin propuesta de imagen, no sólo hay dificultad para un proceso transferencial, sino que tampoco se da dirección a la conducta hacia el mundo.

Como contrapartida a las dificultades enunciadas, hemos contado con alguna ventaja: al no proponer paisajes, se ha permitido que los actos lanzados sean completados por individuos de culturas diferentes, con la proyección de sus propios trasfondos. Por otra parte se ha calculado, más o menos correctamente, que tanto los paisajes que proponían las religiones, como los sistemas y las ideologías se habían de alterar a corto plazo, por la invasión de factores interculturales y en ello no se ha fallado, por cuanto esos paisajes desfallecen día a a día. Sin embargo, subsiste para nosotros el problema de modificación de los trasfondos y la orientación de nuevas conductas individuales y sociales, si es que no emplazamos propuesta de representación.

Las preguntas son estas:

  1. es técnicamente posible lanzar al escenario psicosocial un argumento con imágenes precisas, que cuenten con el motor de la convicción, que permitan introducir elementos transferenciales y que eludan las resistencias de los trasfondos culturales?;
  2. es éticamente aceptable la manipulación de un trasfondo colectivo?;
  3. en caso de obtener respuestas afirmativas a las dos preguntas anteriores, se puede acaso calcular la dinámica de este nuevo elemento en un sistema de variables casi infinitas?

Como se ve los problemas son numerosos y acaso, en medio del irracionalismo actual, nosotros mismos no estamos optando por una vía equivocada al hacer tales planteamientos?

Sin embargo, la implementación de tal proceso podría comenzar cautelosamente, tomando con el tiempo dinámica propia a partir de un campo más o menos acotado, pero esa cautela que permitiría al comienzo ir efectuando las correcciones del caso podría ser rebasada y ya fuera de control agudizaría, tal vez, aquello que se quiere superar.

Afortunadamente, este problema no nos intranquiliza y lo tomamos como un ejercicio de estudio teórico, totalmente fuera de las posibilidades prácticas de implementación.

Silo 1979

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