Traemos a la web del IHPS el siguiente aporte esencial del ideario humanista, que data de 1992 y es parte del libro Cartas a mis amigos.
Mario Rodríguez Cobo, Silo.-
Estimados amigos:
Entre tanta gente con preocupaciones por el desarrollo de los acontecimientos actuales, me encuentro a menudo con antiguos militantes de partidos u organizaciones políticas progresistas. Muchos de ellos aún no se recuperan del shock que les provocara la caída del “socialismo real”. En todo el mundo cientos de miles de activistas optan por recluirse en sus ocupaciones cotidianas dando a entender con tal actitud que sus viejos ideales han sido clausurados. Lo que para mi ha representado un hecho más en la desintegración de estructuras centralizadas, por lo demás esperado durante dos décadas, para ellos ha sido una imprevista catástrofe. Sin embargo no es este el momento de envanecerse, porque la disolución de esa forma política ha generado un desbalance de fuerzas que deja el paso expedito a un sistema monstruoso en sus procedimientos y en su dirección.
Hace un par de años asistí a un acto público en el que viejos obreros, madres trabajadoras con sus niños y reducidos grupos de muchachos, alzaban el puño entonando los acordes de su canción. Todavía se veía el ondear de banderas y se escuchaba el eco de gloriosas consignas de lucha… y al ver esto consideré que tanta voluntad, riesgo, tragedia y esfuerzo movido por genuinos impulsos, se alejaba por un túnel que llevaba a la absurda negación de las posibilidades de transformación. Hubiera querido acompañar esa conmovedora escena con un canto a los ideales del viejo militante, aquel que sin pensar en éxitos mantenía en pie su orgullo combativo. Todo aquello me provocó una enorme ambigüedad y hoy, a la distancia, me pregunto: ¿qué ha pasado con tanta buena gente que solidariamente luchaba, más allá de sus intereses inmediatos, por un mundo que creía era el mejor de los mundos? No pienso solamente en aquellos que pertenecían a partidos políticos más o menos institucionalizados, sino en todos los que eligieron poner su vida al servicio de una causa que creyeron justa. Y, desde luego, no puedo medirlos por sus errores ni clasificarlos simplemente como exponentes de una filosofía política. Hoy es menester rescatar el valor humano y reanimar ideales en una dirección posible.
Reconsidero lo escrito hasta aquí y pido disculpas a los que no habiendo participado de aquellas tendencias y actividades se sienten ajenos a estos temas, pero también a ellos reclamo el esfuerzo de tener en cuenta asuntos que afectan a los valores e ideales de la acción humana. Sobre esto trata la carta de hoy, un poco dura, pero destinada a remover el derrotismo que parece haberse apoderado del alma militante.
1. El tema más importante: saber si se quiere vivir y en qué condiciones hacerlo
Millones de personas luchan hoy por subsistir ignorando si mañana podrán vencer al hambre, a la enfermedad, al abandono. Son tales sus carencias que cualquier cosa que intenten para salir de esos problemas complica aún más sus vidas. ¿Se quedarán inmóviles en un suicidio simplemente postergado?; ¿intentarán actos desesperados? ¿Qué tipo de actividad, o de riesgo, o de esperanza, estarán dispuestas a afrontar? ¿Qué hará todo aquel que por razones económicas, o sociales, o simplemente personales, se encuentre en situación-límite? Siempre el tema más importante consistirá en saber si se quiere vivir y en qué condiciones hacerlo.
2. La libertad humana fuente de todo sentido
Aún aquellos que no se encuentren en situación-límite cuestionarán su condición actual formando un esquema de vida futura. Aún aquel que prefiera no pensar en su situación, o que transfiera a otros esa responsabilidad, elegirá un esquema de vida. Así, la libertad de elección es una realidad desde el momento en que nos cuestionamos vivir y pensamos en las condiciones en que queremos hacerlo. Que luchemos o no por ese futuro siempre deja en pie a la libertad de elección. Y es únicamente este hecho de la vida humana el que puede justificar la existencia de los valores, de la moral, del derecho y de la obligación, al tiempo que permite refutar toda política, toda organización social, todo estilo de vida que se instale sin justificar su sentido, sin justificar para qué sirve al ser humano concreto y actual. Cualquier moral, o ley, o constitución social, que parta de principios supuestamente superiores a la vida humana, coloca a ésta en situación de contingencia negando su esencial sentido de libertad.
3. La intención, orientadora de la acción
Nacemos entre condiciones que no hemos elegido. No hemos elegido nuestro cuerpo, ni el medio natural, ni la sociedad, ni el tiempo y el espacio que nos tocó en suerte o en desgracia. A partir de allí, y en algún momento, contamos con libertad para suicidarnos o seguir viviendo y para pensar en las condiciones en que queremos hacerlo. Podemos rebelarnos frente a una tiranía y triunfar o morir en la empresa; podemos luchar por una causa o facilitar la opresión; podemos aceptar un modelo de vida o tratar de modificarlo. También podemos equivocarnos en la elección. Podemos creer que al aceptar todo lo establecido en una sociedad, por perverso que sea, nos adaptamos perfectamente y eso nos brinda las mejores condiciones de vida; o bien, podemos suponer que al cuestionarlo todo, sin hacer diferencias entre lo importante y lo secundario, ampliamos nuestro campo de libertad cuando en realidad nuestra influencia para cambiar las cosas disminuye en un fenómeno de inadaptación acumulativo. Podemos, por último, priorizar la acción ampliando nuestra influencia en una dirección posible que dé sentido a nuestra existencia. En todos los casos tendremos que elegir entre condiciones, entre necesidades, y lo haremos de acuerdo a nuestra intención y al esquema de vida que nos propongamos. Desde luego, la intención misma podrá ir cambiando en tan accidentado camino.
4. ¿Qué haremos con nuestra vida?
No podemos plantearnos esta pregunta en abstracto sino con relación a la situación en que vivimos y a las condiciones en que queremos vivir. Por lo pronto, estamos en una sociedad y en relación a otras personas y nuestro destino se juega con el destino de éstas. Si creemos que todo está bien en el presente, y el futuro personal y social que entrevemos nos parece adecuado no cabe otro tema que seguir adelante, tal vez con pequeñas reformas, pero en la misma dirección. Opuestamente, si pensamos que vivimos en una sociedad violenta, desigual e injusta, herida por crisis progresivas que se corresponden con un cambio vertiginoso en el mundo, inmediatamente reflexionamos sobre la necesidad de transformaciones personales y sociales profundas. La crisis global nos afecta y arrastra, perdemos referencias estables y nos resulta cada vez más difícil planificar nuestro futuro. Lo más grave es que no podemos llevar adelante una acción de cambio coherente porque las antiguas formas de lucha que conocíamos han fracasado y porque la desintegración del tejido social impide la movilización de conjuntos humanos importantes. Desde luego, nos ocurre lo que a todas las personas que sufren las dificultades actuales e intuyen el empeoramiento de las condiciones. Nadie puede ni quiere moverse en acciones destinadas al fracaso y, al mismo tiempo, nadie puede continuar así. Y lo peor es que con nuestra inacción estamos dejando el paso libre a mayores desigualdades e injusticias. Formas de discriminación y atropello, que creíamos superadas, renacen con fuerza. Si es tal la desorientación y la crisis, ¿por qué no podrían servir de referencia social nuevas monstruosidades cuyos representantes digan con claridad, y luego exijan, qué debemos hacer todos y cada uno de nosotros? Esos primitivismos son hoy más posibles que nunca porque su discurso elemental se propaga con facilidad y llega aún a quienes se encuentran en situación-límite.
Con mayor o menor información mucha gente sabe que la situación es crítica en términos aproximados a los que hemos venido utilizando. Sin embargo la opción que se está siguiendo cada vez con más vigor es la de ocuparse de la propia vida, haciendo caso omiso de las dificultades de otros y de lo que ocurre en el contexto social. En muchos casos celebramos las objeciones que se hacen al Sistema, pero estamos muy lejos de intentar un cambio de condiciones. Sabemos que la Democracia actual es simplemente formal y que responde a los dictámenes de los grupos económicos, sin embargo lavamos nuestra conciencia en ridículas votaciones a los partidos mayoritarios porque sufrimos el chantaje de apoyar a ese sistema o posibilitar el surgimiento de las dictaduras. Ni pensamos que el hecho de votar y reclamar el voto a favor de los pequeños partidos puede constituirse en un fenómeno de interés a futuro, del mismo modo que el apoyo a la formación de organizaciones laborales fuera del marco establecido puede convertirse en importante factor de aglutinación. Rechazamos el trabajo arraigado en barrios, en poblaciones, en sectores ciudadanos y en nuestro medio inmediato porque lo vemos demasiado limitado, pero sabemos que es allí donde comenzará la recomposición del tejido social a la hora de la crisis de las estructuras centralizadas. Preferimos atender al juego de superficie, de cúpulas, de notables y de formadores de opinión en lugar de tener el oído presto para escuchar el subterráneo reclamo del pueblo. Protestamos por la acción masiva de los medios de difusión controlados por los grupos económicos en lugar de lanzarnos a influir en los pequeños medios y en todo resquicio de comunicación social. Y si seguimos militando en alguna organización política progresista nos movemos a la pesca de algún incoherente con “prensa”, de alguna personalidad que represente a nuestra corriente porque es más o menos potable para los medios informativos del Sistema. En el fondo nos sucede todo eso, porque creemos que estamos vencidos y no nos queda otro recurso que amasar en silencio nuestra amargura. Y a esa derrota la llamamos “dedicarnos a nuestra propia vida”. Entre tanto, “nuestra propia vida” acumula contradicciones y vamos perdiendo el sentido y la capacidad de elección de las condiciones en que queremos vivir. En definitiva, no concebimos aún la posibilidad de un gran Movimiento de cambio que referencie y aglutine a los factores más positivos de la sociedad y, por supuesto, la decepción nos impide representarnos a nosotros mismos como protagonistas de ese proceso de transformación.
5. Los intereses inmediatos y la conciencia moral
Debemos elegir las condiciones en que queremos vivir. Si actuamos en contra de nuestro proyecto de vida no escaparemos a la contradicción que nos colocará a merced de una larga cadena de accidentes. En esa dirección ¿cuál será el freno que podremos aplicar a los hechos de nuestra propia vida? Solamente el de los intereses inmediatos. Así, podemos imaginar numerosas situaciones-límite de las que trataremos de salir sacrificando todo valor y todo sentido porque nuestro primario será el beneficio inmediato. Para evitar dificultades trataremos de eludir todo compromiso que nos aproxime a la situación-límite, pero ha de ocurrir que los mismos acontecimientos nos pondrán en posiciones que no habremos elegido. No se requiere una especial sutileza para comprender qué habrá de ocurrir con las personas más cercanas a nosotros si comparten la misma postura. ¿Por qué no habrían de elegir ellas en contra nuestro si están movidas por idéntica inmediatez? ¿Por qué toda una sociedad, no habría de tomar la misma dirección? No existiría límite para la arbitrariedad y vencería el poder injustificado; lo haría con violencia manifiesta si encontrara resistencias y, de no ser así, le bastaría con la persuasión de valores insostenibles a los que tendríamos que adherir como justificación, experimentando en el fondo de nuestros corazones el sin sentido de la vida. Entonces, habría triunfado la deshumanización de la Tierra.
Elegir un proyecto de vida entre condiciones impuestas está muy lejos de ser un simple reflejo animal. Por lo contrario, es la característica esencial del ser humano. Si eliminamos aquello que lo define, detendremos su historia y podremos esperar el avance de la destrucción, en cada paso que se dé. Si se depone el derecho a elegir un proyecto de vida y un ideal de sociedad, nos encontraremos con caricaturas de Derecho, de valor y de sentido. Si tal es la situación, ¿qué podemos sostener en contra de toda la neurosis y el desborde que empezamos a experimentar a nuestro alrededor? Cada uno de nosotros verá qué hace con su vida, pero también cada cual debe tener presente que sus acciones llegarán más allá de sí mismo y esto será así desde la menor a la mayor capacidad de influencia. Acciones unitivas, con sentido, o acciones contradictorias dictadas por la inmediatez, son ineludibles en toda situación en la que se comprometa la dirección de vida.
6. El sacrificio de los objetivos a cambio de coyunturas exitosas. Algunos defectos habituales
Toda persona comprometida con la acción conjunta, todo aquel que actúa con otros en la consecución de objetivos sociales con sentido, debe tener en claro muchos defectos que en el pasado arruinaron a las mejores causas. Maquiavelismos ridículos, personalismos por encima de la tarea proclamada en conjunto y autoritarismos de todo tipo, llenan los libros de Historia y nuestra memoria personal.
¿Con qué derecho se utiliza una doctrina, una formulación de acciones, una organización humana, desplazando las prioridades que ellas expresan? ¿Con qué derecho planteamos a otros un objetivo y un destino si luego emplazamos como valor primario un supuesto éxito o una supuesta necesidad de coyuntura? ¿Cuál sería la diferencia con el pragmatismo que decimos repudiar? ¿Dónde estaría la coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos? Los instrumentadores de todos los tiempos han efectuado la básica estafa moral de presentar a otros una imagen futura movilizadora, guardando para sí una imagen de éxito inmediato. Si se sacrifica la intención acordada con otros se abre la puerta a cualquier traición negociada con el bando que se dice combatir. Y, en ese caso, se justifica tal indecencia con una supuesta “necesidad” que se ha escondido en el planteamiento inicial. Quede claro que no estamos hablando del cambio de condiciones y de tácticas en las que todo el que participa comprende la relación entre ellas y el objetivo movilizador planteado. Tampoco nos estamos refiriendo a los errores de apreciación que se pueden cometer en las implementaciones concretas. Estamos observando la inmoralidad que distorsiona las intenciones y ante la cual es imprescindible ponerse alerta. Es importante estar atentos a nosotros mismos y esclarecer a otros para que sepan por anticipado que al romper sus compromisos nuestras manos quedan tan libres como las suyas.
Por cierto que existe distinto tipo de astucias en la utilización de las personas y que no hay forma de hacer un catálogo completo. Tampoco es el caso de convertirnos en “censores morales” porque bien sabemos que detrás de esa actitud está la conciencia represora cuyo objetivo es sabotear toda acción que no controla, inmovilizando con la desconfianza mutua a los compañeros de lucha. Cuando se hace ingresar de contrabando supuestos valores que vienen desde otro campo para juzgar nuestras acciones, es bueno recordar que esa “moral” está en cuestión y que no coincide con la nuestra… ¿cómo esos tales podrían estar entre nosotros?
Por último es importante atender al gradualismo tramposo que se suele practicar para deslizar situaciones en contra de los objetivos planteados. En ese emplazamiento se encuentra todo aquel que nos acompaña por motivos diferentes a los que expresa. Su dirección mental es torcida desde el comienzo y solamente espera la oportunidad de manifestarse. Entre tanto, gradualmente, irá utilizando códigos manifiestos o larvados que responden a un sistema de doble lenguaje. Tal actitud casi siempre coincide con la de aquellos que en nombre de esa organización militante desreferencian a otra gente de buena fe, haciendo caer la responsabilidad de sus barbaridades sobre la cabeza de la gente auténtica.
No es el caso enfatizar en lo que desde hace mucho tiempo se ha conocido como los “problemas internos” de toda organización humana, pero sí me ha parecido conveniente mencionar la raíz coyunturalista que actúa en todo esto y que responde a la presentación de una imagen futura movilizadora guardando para sí una imagen de éxito inmediato.
7. El Reino de lo Secundario
Es tal la situación actual que acusadores de todo signo y pelaje exigen explicaciones con tono de fiscal dando por supuesto que se les debe demostrar inocencia. Lo interesante de todo esto es que su táctica reside en la peraltación de lo secundario y, consecuentemente, en el ocultamiento de las cuestiones primarias. De algún modo, esa actitud hace recordar al funcionamiento de la democracia en las empresas. En efecto, los empleados discuten acerca de si, en la oficina, los escritorios deben estar lejos o cerca de las ventanas; de si hay que colocar flores o colores agradables, lo cual no está mal. Posteriormente votan y, por mayoría, se decide el destino de los muebles y del decorado, lo cual tampoco está mal. Pero a la hora de discutir y proponer una votación en torno a la dirección y las acciones de la empresa, se produce un silencio aterrador… inmediatamente la democracia se congela porque en realidad se está en el Reino de lo Secundario. No ocurre algo distinto con los fiscales del Sistema. De pronto un periodista se emplaza en ese rol, convirtiendo en sospechoso a nuestro gusto por ciertas comidas o exigiendo “compromiso” y discusión en cuestiones deportivas, astrológicas, o de catecismo. Desde luego, nunca falta alguna burda acusación a la que, se supone, debemos responder y no menudea el montaje de contextos, la utilización de palabras cargadas de doble sentido y la manipulación de imágenes contradictorias. Es bueno recordar que aquellos que se emplazan en un bando opuesto a nosotros tienen el derecho a que les expliquemos por qué ellos no están en condiciones de juzgarnos y por qué nosotros tenemos plena justificación al enjuiciarlos a ellos. Que, en todo caso, aquellos deben defender su postura de nuestras objeciones. Desde luego, que esto se pueda hacer dependerá de ciertas condiciones y de la habilidad personal de los contendientes, pero no deja de sublevar el ver cómo algunos que tienen todo el derecho en llevar la iniciativa, bajan su cabeza frente a tanta inconsistencia. También es patético observar en pantalla a ciertos líderes diciendo palabritas ingeniosas, bailando como osos con la conductora del programa o sometiéndose a todo tipo de vejaciones con tal de figurar en primer plano. Al seguir esos maravillosos ejemplos, mucha gente bienintencionada no alcanza a comprender cómo es que se deformó o sustituyó su mensaje a la hora de hacerlo llegar a públicos amplios a través de ciertos medios de comunicación. Lo comentado destaca aspectos del Reino de lo Secundario que operan desplazando a los temas importantes resultando de esto la desinformación de los públicos a los que se pretende esclarecer. Curiosamente, mucha gente progresista cae en ese lazo sin entender muy bien cómo la aparente publicidad que se le da produce el efecto contrario. Finalmente, no es el caso de dejar en el campo opuesto posiciones que a nosotros nos corresponde defender. Cualquiera puede terminar reduciendo nuestra postura a simple frivolidad al afirmar que él también es, por ejemplo, “humanista” porque se preocupa de lo humano; que es “no-violento” porque está contra la guerra; que es antidiscriminador porque tiene un amigo negro o comunista; que es ecologista, porque hay que cuidar a las focas y a las plazas. Pero si se lo apura no podrá justificar de raíz nada de lo que dice mostrando su verdadero rostro antihumanista, violento, discriminador y depredador.
Los comentarios anteriores respecto a algunas expresiones del Reino de lo Secundario no aportan nada nuevo, pero a veces vale la pena prevenir a militantes distraídos que tratando de comunicar sus ideas no advierten el extraño territorio en el que han sido recluidos.
Espero sepan disimular la incomodidad de haber leído una carta que no se refiere a sus problemas e intereses. Confío que en la próxima podamos continuar con nuestras amenidades.
Reciban con ésta, un gran saludo. Silo, 1992.